EL COMENTARIO

Desafección

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Los análisis de situación sobre el presente tienen sin duda una importante carga subjetiva que desfigura en todo o en parte la realidad. De hecho, cuando miramos hacia atrás y ponderamos coyunturas del pasado, con frecuencia observamos que lo que antaño nos pareció gravísimo o intrascendente no siempre merece hoy la misma valoración. Pero, hecha esta salvedad, que obliga a la cautela en los juicios, hay muchos elementos concurrentes que hoy suscitan una opinión muy negativa de la actualidad política.

En efecto, estamos sumidos en una profunda recesión, una situación que no podíamos imaginar siquiera en vísperas de que sobreviniese porque se nos había llegado a decir, con un desparpajo digno de mejores causas, que los ciclos económicos habían terminado. Por añadidura, la crisis ha producido el lógico estallido de la burbuja inmobiliaria, sobre la que se nos había dicho que no teníamos nada que temer porque aquel recalentamiento insoportable del sector desembocaría en un «aterrizaje suave». ¿Recuerdan? Y ese estallido ha enviado al paro a toda la mano de obra sin cualificar que servía a aquella industria, lo que nos ha creado un problema adicional y singular, el desempleo gigantesco que nos aqueja, que retrasará la salida del pozo.

Pues bien: ante esta grave adversidad, no sólo no se advierte el menor rastro de generosidad en los grandes partidos en lo referente a la lucha contra la crisis sino que estamos asistiendo a una terrible secuencia de escándalos de corrupción, que afecta prácticamente a todos los partidos y que lleva a la opinión pública a sentimientos de grave decepción e incluso de desafección con respecto a un régimen que no está siendo capaz de seleccionar debidamente a la clase política.