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La flor de los pobres

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De todos los rituales que el imaginario colectivo asocia con cada 7 de octubre, Día de la Patrona, de la Virgen del Rosario, hay una que se ha convertido en sello y marca: una infinita fila de niños, ataviados de domingo aunque no lo sea, hacen cola para presentar a la imagen unos nardos, como prueba de cariño, fe y confianza, más heredada de padres y abuelos que razonada por sus pequeñas mentes. Pascual Saturio recuerda que, esta costumbre, es fruto de la necesidad. Igual que sucede en gastronomía, la miseria es el escenario perfecto para las mejores recetas. Como no tenemos alternativas, usamos lo que nos queda. Así nació la costumbre de los nardos. «Proviene de la Coronación Canónica de 1947. Fue uno de los peores años de la posguerra, en plena hambruna, en plena etapa de racionamiento, puede que fuera de los momentos más duros para España en todo el siglo XX», asegura el dominico.

La fecha, en el Cádiz de miseria de entonces, aún fue más dura. Apenas habían pasado dos meses de la terrible explosión que arrasó San Severiano y se llevó cientos (o miles) de vidas. Hacía falta un desahogo masivo, y la gente acudió en tropel, querían llevar flores, pero en esa época pensar en rosas, claveles o ramos era una quimera. «La gente no tenía para comer, así que... se agarraron a la flor más barata de la época», recuerda Saturio. Los nardos estaban desprestigiados entonces, sin valor ni precio, las floristas callejeras los regalaban o vendían a cambio de calderilla, porque era muy común. Así las cosas, todos los que no podían pagar otra cosa (es decir, todos los asistentes a la Coronación), llevaron un nardo.

Lo que era recurso de pobres se convirtió en costumbre. Años después, ya se puede elegir flor y el nardo dejó de ser barato, pero ya nadie se plantea cambiar. Los niños tiene que ir con su vara en la mano. De otro modo, ni sería ofrenda, ni sería Patrona, ni sería Cádiz.