Editorial

Cumbre consolidada

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L a cumbre celebrada por el G-20 ampliado en Pittsburgh ha servido para consagrar el foro como referencia ineludible para una gobernanza global en materia económica. El grupo de países que, a nivel ministerial, se reunió ante el desafío que la crisis asiática de 1999 supuso para la economía mundial ha encontrado, diez años después, un motivo aún más poderoso para comprometerse a unificar criterios y esfuerzos a causa de una recesión de mayor envergadura y alcance. Pero el hecho de que el G-20 haya decidido erigirse en un foro estable y con vocación de continuidad, equiparable en cuanto a su potencial intervención al organismo internacional más eficiente, no puede eludir los interrogantes ha dejado en el aire esta tercera cita celebrada tras la aparición de la crisis financiera en EE UU, respecto a los compromisos que el propio grupo dijo asumir hace casi once meses en Washington. Es bueno que el mundo cuente con un punto de encuentro permanente entre las 20 mayores economías nacionales. Pero esto nunca será suficiente si en tan poderoso club continúan primando los intereses de cada país sobre las necesidades comunes al planeta. La decisión de conceder un mayor peso a los países emergentes en el seno del FMI constituye a la vez un acto de justicia y de realismo, que sin duda contribuirá a una más adecuada integración de China, India o Brasil en la toma de decisiones a nivel global. No obstante, el verdadero equilibrio en el concierto mundial depende sobre todo del libre comercio, puesto que una gran parte del globo se encuentra excluido de los beneficios que comporta el ilimitado flujo financiero en el ámbito internacional. Casi un año después de la cumbre de Washington, no se han producido avances apreciables en cuanto a la liberalización del comercio mundial. Antes al contrario, y aunque ello no ha cristalizado en una práctica generalizada, los últimos meses han dado muestras de reacciones proteccionistas con la que cada país trata de preservar sus productos ante el desafío que representa un mundo sin fronteras ni aranceles para las mercancías. Además, la actitud de reserva con la que los países desarrollados afrontan las demandas de urgencia de las regiones más depauperadas del planeta contribuye a perpetuar el desigual desarrollo del mundo. Era necesario que la cumbre fuese capaz de reordenar un sistema financiero que compete directamente a los países más desarrollados, dotando al mismo de reglas e instrumentos de supervisión, y de responder a la tantas veces escandalosa cuestión de los bonus con los que se ha venido primando la especulación que ha desembocado en la crisis global. El compromiso de mantener los planes de estímulo hasta que la recuperación reanime el empleo representa un acuerdo ineludible para vencer la recesión y hacerlo, además, superando sus efectos más gravosos.