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La ofensiva

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Aseguran los etarrólogos que ETA busca ante todo producir espectacularidad para ocultar su galopante decadencia. Puede ser. La ofensiva de los etarras en el quincuagésimo aniversario de su nacimiento ha alcanzado, desde luego, unas dimensiones considerables, tanto por el daño humano producido como por lo aparatoso de los destrozos materiales. Como en los viejos tiempos, dirá alguien. Pero han cambiado mucho las cosas en estos años, hecho del que parece no haberse enterado la banda. Lo único que permanece inmutable es el Mal. Matar a personas y destruir propiedades sigue siendo tan abominable como lo fue siempre, aunque durante algún periodo los asesinos hubieran encontrado un cierto clima de indulgencia afortunadamente ya extinguido. Menguado el apoyo social hacia sus fechorías, perdida su esperanza de una victoria militar, empobrecidos sus medios, sólo le queda a ETA una doble aspiración: la de impresionar y la de espantar. Sin embargo también en estos dos órdenes de cosas vivimos en un mundo distinto que reacciona de diferente manera ante los estímulos que antaño podían estremecerle. ¿Qué es el edificio despellejado en Burgos al lado de las ciudades bombardeadas en cualquiera de las guerras cuyas imágenes nos sirven asiduamente los telediarios? Cuando se ha visto en directo desplomarse las Torres Gemelas, el listón del espectáculo macabro ha quedado demasiado alto. En cuanto al miedo, tampoco resulta sencillo socializar el sufrimiento en una sociedad habituada al dolor ajeno. Lo que deja ETA tras soplar su tarta de cumpleaños no es una exhibición de fuerza sino dos familias de luto y varias más sin techo. El Estado opresor no ha sufrido el menor rasguño. La vida sigue, sin que los terroristas den señales de haberse dado cuenta.