TRIBUNA

. . . Cádiz, 'sweet' Cádiz???

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Con este eslogan describe Lord Byron a Cádiz: «Yo diría que es la ciudad más bonita y más limpia de Europa», llega a escribir. Su experiencia gaditana le inspiraría su famoso The Girl of Cadiz: «No me habléis del frío del Norte/ no me habléis de inglesas damas/ no habéis visto, no habéis visto/ a la gentil gaditana». Con estos sugerentes versos se refiere el poeta inglés a las mujeres de esta tierra. En su viaje por España, el destino del lord, era Sevilla y Cádiz. Pasó por Utrera, Jerez y El Puerto de Santa María, donde asistiría a una corrida de toros. Así lo podemos leer en su autobiográfico Las peregrinaciones de Childe Harold. Todo ello ocurría a finales de 1809, justo ahora doscientos años atrás. El mismo Galdós lo utilizaría en su novela gaditana como trasunto vital de su Lord Gray.

Podrían multiplicarse las referencias de muchos otros personajes ilustres que veían esta ciudad como una especie de exquisita Nueva York del siglo XVIII (Ponz, Laborde, Maule) donde convergía lo más selecto y moderno de la sociedad española y europea del momento. En una palabra: lo mejor. Sólo hay que imaginarse la casa de Sebastián Martínez, este importante gaditano de adopción de lo que fue, lo que significó la ciudad como enclave económico y cultural de primer nivel y que, sin embargo continúa en el más absoluto anonimato para la ciudad de ahora. Igual que la significativa visita de Lord Byron, celebrada en la vecina ciudad de Jerez, pero de la que aquí nadie -ninguna institución- se ha acordado en su justa medida.

La invisibilidad de ese pasado empieza a ser algo abrumadoramente preocupante, pues no se trata de algo anecdótico. En los últimos tiempos es algo habitual. Tal vez, lo más escandaloso es el sospechoso silencio en torno a los doscientos años de la muerte de Haydn, cuya presencia de la ciudad supone todo un símbolo, y cuyo bicentenario podía haber traído un turismo de calidad, al que parece nadie le presta la menor atención. Su deliberado olvido también es un símbolo. ¿Se imaginan su conocido oratorio gaditano en la Plaza de la Catedral? Lo cierto es que hubiera resultado mucho más digno y adecuado a un entorno que ha quedado completamente destrozado durante estos días con esa agresiva intervención de gradas y escenarios más propios de barracón de feria -el teatro de Manolita Chen- que de una ciudad que dice prepararse para el Bicentenario del Doce. Así mal lo veo.

Esta misma falta de ideas originales, respetuosas y coherentes con el pasado también afecta a los espacios de la ciudad, donde cada actuación requeriría la opinión mejor formada e informada, y el mejor diagnóstico técnico: las últimas actuaciones no han sido precisamente muy afortunadas. Porque sobran cosas, especialmente toda la chatarra que se ha apoderado de enclaves importantes del paisaje urbano que se ha visto seriamente degradado. El último busto instalado en la Alameda es un horror, como lo es también el mantenimiento del horror de la Aduana. Pero igual que sobra, falta. Y si no, pregúntense por los espacios expositivos de la ciudad, que no reúnen determinadas medidas técnicas, en algunos casos ni de seguridad, para recibir una exposición de calidad, a tenor de que los dos museos más importantes -creo que los únicos- estarán cerrados por obras en los próximos años, amén de sus exposiciones permanentes. Hacen faltan espacios donde puedan exponerse obras originales, donde la humedad -la cercanía del mar es siempre peligrosa-, la falta de metros cuadrados, las goteras o el trasiego burocrático no sea un problema.

Así las cosas, el verano gaditano, donde debería concentrarse un importante paquete cultural (el FIT, el Festival de Música Española, el Alcances de antes, no el de ahora), se ha convertido en un vulgar destino playero, donde incluso tomarse una copa por la noche es imposible. ¿Turismo de calidad?

La estupenda exposición Los interiores robados y algunos cursos de verano de la UCA -no todo iba a ser negativo- han recreado ese magnífico Cádiz que vio Lord Byron hace doscientos años. El contraste entre ese pasado y el ahora no puede sostenerse en su olvido. Como en la exposición, hay que robarle a la historia esos momentos para traerlos al presente.