Opinion

Fiesta de riesgo

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L a muerte corneado del joven Daniel Jimeno y el escalofriante encierro protagonizado ayer por los miuras, con cuatro heridos por asta -dos de ellos en estado grave-, han reavivado la discusión periódica sobre el riesgo inherente a los Sanfermines y la seguridad que rodea al aspecto más distintivo de la fiesta. El debate es pertinente, aunque esté revestido de argumentos hipócritas en muchos casos y tenga una solución poco menos que imposible. Porque suprimir el peligro que caracteriza las carreras de los mozos delante de los toros por las angostas calles de Pamplona supondría tanto como eliminar la esencia misma de los festejos más universales del mundo junto al Carnaval de Río y, con ello, su propia supervivencia tal y como es concebida por los responsables institucionales, la ciudadanía Navarra y la multitud de visitantes que se acerca cada julio a la capital pamplonesa. Basta contemplar el peligrosísimo encierro de ayer para que resulte milagroso que sólo se hayan registrado 15 víctimas mortales desde que se inaugurara la plaza de toros de la ciudad, en 1922. Pero si bien es el vértigo del miedo y la espectacularidad de las carreras, reforzada por las retransmisiones en directo, lo que atrae irremediablemente a mozos y público, la propia continuidad de Sanfermines exige que el protocolo de recomendaciones institucionales se cumpla de la manera más efectiva posible, constriñendo aspectos que amenazan la más mínima seguridad como la masificación de las calles o la participación de corredores bajo los efectos del alcohol o las drogas. Pero también que se eviten regodeos irresponsables con imágenes tan trágicas como la de la cogida de Daniel Jimeno y exaltaciones públicas de la valentía de los mozos cuando se producen circunstancias dramáticas, que ejercen un frívolo efecto disuasorio sobre el sentido de la precaución que cabe exigir, antes que a nadie, a quienes se suman temerariamente a los encierros.