El operario recoge un excremento con su motocilceta mientras al fondo una mujer hace lo mismo con una bolsa de plástico./ MIGUEL GÓMEZ
CÁDIZ

De profesión, conductor de 'motocaca'

El servicio de limpieza saca a la calle estos días un vehículo que aspira los excrementos y limpia con agua el pavimento

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A las 7.00 de la mañana comienza su labor. Jesús se pone el casco y se sube a la moto, armada con dos pistolas que aspiran primero y echan un chorrito de agua después. Su labor es ir descubriendo dónde hay heces de perro y retirándolas de la vía publica. Es una motocaca y no es su nombre popular, sino el de fábrica. Desde hace unos días este vehículo, que a primera vista puede confundirse con una motocicleta normal y corriente, patrulla las calles de la ciudad en busca de las huellas de los incívicos. En realidad, la falta de civismo no es de los animales, sino de los dueños, que se niegan a recoger sus desperdicios. Pero Jesús llama a las cosas por su nombre, acostumbrado como está a bregar con ellas. «Mira, eso es muy típico, están las típicas cagadas de los parterres y los árboles; hay gente que como los perros lo hacen ahí, no lo recogen», explica, mientras aplica el aspirador y los excrementos desaparecen de la vista, camino de un depósito situado justo debajo de su asiento.

Lo normal es avistar muchos objetivos pero tampoco tantos como para tener que ir a descargar al depósito de la empresa (la UTE Sufi-Cointer) en algún momento de la jornada.

Su ruta varía cada mañana, pero casi siempre pasa por las calles y plazas más comerciales y turísticas: San Juan de Dios, Pelota, Catedral, Compañía, Las Flores, Columela, Ancha y San Antonio. Y curiosamente, ésas suelen ser las que menos trabajo dan. «La gente se corta más cuando le pueden ver». Por la misma regla, las calles del centro más abrigadas, solitarias y escondidas son las elegidas por los dueños de animales que no tienen intención ni de agacharse a recoger la suciedad de su mascota.

Aunque siempre existen las excepciones. Hay incluso quien no tiene empacho en bajar al perro por la mañana y dejar sus excrementos en plena calle Ancha, casi a la misma altura, porque somos animales de costumbres, al parecer. «Todas las mañanas recojo alguna en la calle Ancha», cuenta Jesús, que está convencido de que es de la misma persona.

Exceptuando esas calles aisladas o zonas como la Alameda o el Mentidero, en general el casco antiguo está más libre de caca de perro que Extramuros. Hay barrios como La Paz que sufren a los incívicos y sin embargo otros como Puntales, los padecen menos. «Influye mucho que sea una zona donde los vecinos se conocen y donde a la gente le da vergüenza dejarlo ahí por temor a que alguien les diga algo», explica este trabajador, que lleva 15 años en el servicio de limpieza.

Un vehículo rápido

Jesús, al igual que otros empleados, está en permanente comunicación con el encargado. «A veces él o cualquier otro compañero detectan que hay una zona donde hay muchas y me dicen 'pásate por aquí'». La ventaja de este vehículo es que es rápido, como una moto convencional y por ello puede dar servicio a diferentes zonas de la ciudad.

Se trata de la segunda maquinaria de este tipo de la que disponen los operarios de limpieza. Hasta hace unos días solo había una moto, de prueba, que tenía un solo brazo, lo que hacía que se tardara más tiempo, porque dependiendo de qué lado estaban los excrementos, el trabajador tenía que maniobrar para situar al lado el brazo aspirador.

En algunas ocasiones, Jesús ha sorprendido in fraganti a alguien que se ha marchado sin recoger los desperdicios de su animal, pero confiesa que no le dice nada «porque muchas veces se enfrentan a ti y hasta te dicen que tú estas para recogerlo».

Frente a esos, están los que jamás salen de casa sin su bolsa y guantes e, incluso, aquellos que llevan una botella de agua (con lejía o detergente) para echarla encima de los orines de los animales. «Hay mucha gente que sí tiene cuidado», subraya Jesús, que no parece preocupado en cuantificar si los incívicos son legión o minoría. Simplemente se dedica a hacer su trabajo. Él no tiene perro. «Mi mujer no quiere; pero yo tuve uno hace años» y cuando se le pregunta si les insiste a sus familiares o amigos que sí tienen mascota para que cumplan con sus deberes y no le den más trabajo, sonríe y no hace más comentarios.

Hasta la aparición de estas modernas máquinas, el trabajo de recoger excrementos animales era del barrendero. Y se hacía a mano. «Si la caca estaba suelta, se pringaba la escoba y el recogedor y aquello tenía una peste terrible», recuerda Jesús, que es todo un experto en reconocer si las heces son recientes o tienen un par de días.

Entiende que su trabajo es necesario, porque este es uno de los asuntos que «más cabrea» al ciudadano: «No es sólo porque lo puedan pisar, sino porque es desagradable a la vista y sobre todo en lugares, como las plazas, donde cerca juegan los chiquillos», explica.

«Hay mucha gente que me pregunta y hasta turistas que me sacan fotos y vídeos», cuenta mientras maniobra entre vecinos y foráneos por Compañía, una de las calles mas concurridas del casco antiguo. Y hoy más que nunca, cuando los que se cruzan con él advierten que lleva un fotógrafo pisándole los talones y una periodista apuntando en el cuaderno las incidencias.