TRIBUNA

¿Resistencia al Doce?

La celebración del Bicentenario constitucional es un marco idóneo para observar la política de las conmemoraciones, que siempre sirven para releer la memoria y la historia, y ver cómo se han ido formado los imaginarios colectivos a través de la cultura, la más académica y erudita pero también a través de la más popular y cercana al ciudadano medio a los largo de los siglos XIX y XX. Porque es importante saber que más allá del acontecimiento es fundamental definir con claridad qué tratamiento queremos darle y qué significados y valores queremos proyectar en él, sin traicionar su sentido histórico.

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Ya había ocurrido con las conmemoraciones en torno a Carlos III, la Revolución francesa, Calderón de la Barca, la Expo del 92 o el IV Centenario del Quijote. En todos los casos se determinaron unas políticas de actuación que, desde los distintos enfoques ideológicos de los gobiernos del PSOE y del PP, pero siempre con el mismo rigor, sirvieron para construir determinados símbolos o emblemas de la cultura y la sociedad española contemporánea, y en donde importó, y mucho, el cuidado de las formas y sus respectivas imágenes, así como el rigor intelectual. Los responsables de esas políticas han sido siempre gente de prestigio técnico o académico (Carmen Iglesias, Luis Miguel Enciso, Francisco Rico, José García de Velasco, Soledad López). Ahora es el momento de 1812, y desde las altas instituciones del Estado me consta que se continuará con el mismo rigor. Todo un reto, porque también es cierto que este tipo de acontecimientos se prestan mucho a la manipulación, la traición o la falsificación, según los casos.

Sin embargo, ya en el ámbito más cercano de lo local, no parece que haya un cierto consenso en torno a lo que queremos proyectar en dicho acontecimiento, más allá de la fiesta de la libertad y la democracia, en donde sí parece que hay una conveniencia de intereses.

Porque también hay otros elementos relacionados con la Constitución de Cádiz que no deben pasar inadvertidos y en los que una ciudad democrática y moderna debe reconocerse sin ningún tipo de prejuicios, independientemente de los matices políticos o ideológicos, siempre legítimos, que después queramos añadir al discurso. Me refiero con ello, al hecho concreto de que todos los protagonistas de esa Constitución que se pretende conmemorar sufrieron la exclusión, el rechazo, el exilio, la cárcel o la muerte por defender unas ideas de resistencia frente al obsoleto Antiguo Régimen. Lo mejor de ese Cádiz de 1812 son sus voces más vanguardistas, más radicales, más modernas: Argüelles y sus discursos, el cura Lorenzo Villanueva, Quintana y su contestario Semanario patriótico, Martínez de la Rosa, los redactores del Conciso, Gallardo y su Diccionario crítico-burlesco, el afrancesamiento de Marchena, la apostasía de Blanco-White, dentro de unas utópicas atmósferas de progreso y ruptura que, a pesar de las resistencias reaccionarias y ultramontanas que fueron muchas, hicieron posible el texto constitucional.

Por eso la celebración del 2012 debe ser lo mismo. Concitar en la ciudad lo mejor del pensamiento, la literatura y las artes, pero también lo más vanguardista, lo más avanzado de la cultura, de los derechos humanos y sociales para, como entonces, volver a convertir a Cádiz en un nuevo faro de las libertades, amén de otras inquietudes de carácter más local que también pueden y deben tener el lugar que legítimamente les corresponde.

Esta manera de mirar a la Constitución de Cádiz, sin embargo, parece que no interesa mucho a la ciudad de ahora, más empeñada en la erudición de pocas miras, en ese tedio casposo que aparece, cuando menos te lo esperas, en cualquier acto institucional. Una ciudad que continúa mirando 1812 como una decrépita anciana a punto de fallecer, al mejor estilo de los Desastres de Goya, más que como el texto rabiosamente contestatario que fue en su día, que impulsó la modernidad en España e Hispanoamérica y del que somos sus herederos directos.

Porque son muchos los medios económicos y humanos, y las voluntades políticas que aún se precisan para sacar este proyecto hacia delante, con el formato valiente y atrevido que necesita, pero también con la profesionalidad y el rigor técnico que no puede eludirse, y que, hoy por hoy, no está totalmente definido. Porque es muy fácil bajar a ciertos localismos, con los que se debería ser muy cautelosos, para no caer en la tentación de la esclerosis folclórica y superficial o la erudición local, que tanto daño suelen hacer en la recepción del acontecimiento por parte del ciudadano medio, además de proyectar al exterior una imagen pobre, que no hace ningún tipo de justicia al objeto de la conmemoración. La solución siempre pasa por poner los medios necesarios (intelectuales, técnicos y económicos) y empezar a distinguir, como diría Machado, las voces de los ecos.

Hace unos días Fernando Arrabal visitó nuestra Facultad de Filosofía y Letras, para hablarnos de la Constitución de Cádiz y la Modernidad. Lo hizo ante un atento auditorio de más de doscientas personas, la mayoría jóvenes. Era una cita académica, era sábado y por la tarde y, sin embargo, el público respondió extraordinariamente. Allí si hubo calidad, rigor, actualidad, interés, pero también muchas dosis de provocación, vanguardia y ruptura, como en el Cádiz del 19 de marzo de 1812. También es cierto que se pusieron los medios intelectuales, técnicos y económicos para que la cita fuera un éxito. Tomemos ejemplo. No es tan difícil ¿o sí?