Opinion

La lata

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ues yo no veo tanta crisis, decía una señora enjoyada a las puertas de unos grandes almacenes, y apoyaba su tesis en dos observaciones incontestables. La primera, que el edificio del que acababa de salir estaba abarrotado de gente. Y la otra, que en casa de sus amigas se comía marisco igual que otras nochebuenas. Lo de la sociología recreativa de cercanías ya lo tenemos conocido desde que alguien inventó el refrán de cada uno cuenta la feria según le va en ella. Menos normal resulta que la negación del batacazo económico venga también de voces y plumas influyentes a las que se supone no sólo debidamente informadas, sino sensibles a la creciente sangría de despidos en masa, hipotecas impagadas y empobrecimientos fulminantes. Si meses atrás el horizonte económico era tan confuso que cabían todas las hipótesis, ahora hemos pasado definitivamente del estado conjetural al de la evidencia. Metidos dentro del túnel se podrá opinar lo que se quiera acerca de las causas del desastre y sobre el comportamiento de los bancos y gobiernos, pero no admite discusión el hecho de que cada vez todo se pone más oscuro. Ni siquiera como boutade de intelectual reacio a repetir lo que todo el mundo dice y ansioso de ser más original que nadie. Cuando nos hablan de «la dichosa crisis» como si la crisis, más que una catástrofe, fuera una canción pegadiza puesta de moda, no sólo están dando la espalda a la realidad, sino que ofenden a quienes más la sufren. Otra cosa es que de nada sirva entregarse a la jeremiada y al llanto y crujir de dientes por un fenómeno que, de tener solución, la verá llegar al margen de la actitud psicológica con que cada uno se haya enfrentado a él. Desde luego en ésta, como en cualquier otra circunstancia, es preferible el optimismo. Y la resiliencia, o sea, la capacidad de sacar fuerzas de la flaqueza. Pero el rechazo de la crisis por parte de algunos supuestos intelectuales que se comportan ante ella como los monos de Gibraltar revela un mal nacional de vieja raigambre, y que en términos de clase podría definirse como el predominio de la clase acomodada en los órganos creadores de opinión. Como al columnista medio y al tertuliano común no les alcanzan de lleno las consecuencias de la crisis. Eso es para ellos una cuestión anecdótica. Cosa de cuatro pobres latosos, que diría la señora enjoyada.