Opinion

Masacre en Bombay

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Los ataques terroristas de Bombay han causado desde el anochecer del pasado miércoles más de 125 muertes e innumerables heridos. La pavorosa operación desplegada al parecer por jóvenes yihadistas responde al objetivo tipo que viene persiguiendo el terrorismo de raíz islamista: la capital financiera de India, ciudad diversa y referencia de la globalización, golpeada además en su zona turística. Pero no tiene precedentes en cuanto a la irrupción de comandos armados a la búsqueda de víctimas y rehenes, preferentemente estadounidenses y británicos, por hoteles, restaurantes, un centro judío y una estación de trenes. Una actuación que revela el propósito de los terroristas de morir matando en el transcurso de interminables horas retransmitidas en directo al mundo. Todo indica que se trata de una expresión regional, referida al subcontinente indio, del terrorismo que podría identificarse con Al-Qaeda. El espanto y la angustia generados entre la población de Bombay y sus visitantes recuerda los tres grandes atentados perpetrados en dicha ciudad, con 257 muertos en 1993, 52 en 2003 y 185 en 2006. Los ataques del miércoles traen consigo dos consecuencias inmediatas: se eleva la tensión en las relaciones de India con Pakistán y con Bangladesh, y se incrementa el riesgo de que surjan reacciones más o menos espontáneas contra la minoría musulmana de India, compuesta nada menos que por 150 millones de personas. Baste recordar que la espiral que el yihadismo intenta avivar en India evoca constantemente la persecución que sus hermanos de fe padecieron en el estado de Gujerat el año 2002, que acabó con la vida de 2.000 musulmanes. También por eso es urgente que las autoridades indias revelen cuanto antes la identidad del grupo terrorista y su procedencia, acoten las responsabilidades a que pudieran dar lugar los ataques y pueda salvaguardarse tanto la convivencia interior como la distensión hacia la que han de caminar los gobiernos de la región.