ASÍ LO VEO

En la cima, ¿y ahora qué?... a la sima

Se ha conseguido estar en la cumbre del G-20. Estaremos el próximo sábado en la cima, pero de forma coyuntural, será de manera efímera, pondremos nuestra bandera como hacen los alpinistas y recogeremos los bártulos en no más de siete minutos de gloria, que es lo que durarán las intervenciones, luego las fotos y de regreso a la sima, porque es ahí donde realmente se encuentra nuestra economía. El disfraz de montañero que utilizará ZP en Washington, contrastará con el que se pondrá a renglón seguido, a su vuelta a España, a ese país como en sus comienzos le gustaba decir, porque en las profundidades, uno se viste de barranquista o espeleólogo.

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Sarkozy, sólo necesita para coger un colocón y verborrear grandilocuencias, mirar a lo alto y verle la cara a Carla Bruni. Acto seguido se pone «La France» de corona, se queda tan fresco y suelta por esa boca que hay que refundar el capitalismo. Si a ello le añadimos la intervención directa de la banca del Reino Unido por el Gobierno, con Gordon Brown a la cabeza no me digan más, nuestro insigne socialdemócrata, ZP, se dispone pasar de la sima, donde ya sólo quedan peces abisales, a la cima y arañar un trozo de hielo en el invierno neoyorkino, como si del Everest se tratara. ¿Ya estamos en la cima!, estamos en el mismísimo Nueva York y con un poco de suerte hasta participa en la inauguración de la cúpula de la sala de la ONU, denominada, curiosidades de la vida, de los Derechos Humanos y de la Alianza de las civilizaciones. Ahora no va a hacer falta volver a la sima en la que se encuentra España, allí mismo nos hemos metido de lleno en ella, al haber financiado parte de los veinte millones de euros con Fondos para Ayuda al Desarrollo, que así aparecen en los Presupuestos Generales del Estado para 2008. Ya se ha apresurado a decir Gordon Brown que las restricciones al mercado no son buenas y el intervencionismo tampoco. El Estado es imprescindible para que la economía de mercado funcione y lo haga correctamente, que nada tiene que ver con imputar las culpas de todo lo ocurrido a las doctrinas liberales. El liberalismo, como doctrina de la libertad negativa, debe ser irrenunciable en cualquier caso. Nos protege como individuo en nuestra esfera privada, nos protege contra intromisiones ajenas, especialmente cuando esas ingerencias provienen de los poderes públicos, en suma, nos protege de la alienación del Estado todopoderoso que desmerece la persona como tal. Los países desarrollados, que se constituyen como Estados democráticos de derecho, basan su sistema económico en las doctrinas económicas del liberalismo, que se circunscriben sintéticamente en la economía de mercado y en la libertad económica.

La economía de mercado es aquella que asigna los recursos por medio de las decisiones descentralizadas de muchas empresas y familias cuando interactúan en los mercados de bienes y servicios. La historia de los hechos económicos demuestra con creces que las economías de mercado han sido capaces de organizar con notable éxito la actividad económica de una forma que promueve adecuadamente el bienestar económico general. Esto es lo que constató Adam Smith en 1776 y sobre ello hizo la observación legendaria de la economía: las familias y las empresas interactúan en los mercados como si fueran guiados por una «mano invisible» que los condujera a obtener unos resultados de mercado deseable. Ahora bien, esa «mano invisible» necesita de la protección del Estado. Los mercados funcionan siempre que se respeten los derechos de propiedad de los ciudadanos y de las empresas. Sólo el Estado, un Estado fuerte que no grande y omnicomprensivo en la vida social, un auténtico Estado de derecho, puede garantizarlo. También es cierto que no siempre el mercado, por sí mismo, es el mejor mecanismo para organizar la actividad económica. Así, el Estado tiene que intervenir para fomentar la eficacia y la equidad. Es decir, se pretende con ello, preservar el crecimiento económico beneficiando así a una mayor porción de la población o bien a proceder a un reparto más equitativo, que garantice en cualquier caso la consecución del interés general. Normalmente es la «mano invisible» la que lleva a los mercados a asignar eficientemente los recursos, pero no siempre es así, conceptuándose las mismas como «fallo del mercado». No es admisible por lo tanto la posición dogmática consistente en la creencia de la absoluta libertad de mercado en cualquier caso, la actuación del Estado por omisión y la desregulación como consecuencia natural del credo que fundamenta las doctrinas liberales. Son hipótesis erróneas que nos llevan a funestos resultados, como quedan contrastados con la crisis financiera hoy día existente. Tampoco lo es alejarse innecesariamente de los postulados en los que se fundamentan la libertad económica y la economía de mercado.