CRÍTICA DE TV

Chorizos

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s pasmoso: Luis Roldán y Julián Muñoz van a ir a Telecinco, y ambos van a cobrar un interesante capitalito. Según se ha publicado, el primero, cabeza visible de la corrupción del felipismo, se va a llevar 50.000 euros, y el segundo, efigie de la corrupción municipal-inmobiliaria, la friolera de 350.000. Es verdad que la diferencia de ingresos es desproporcionada: siete veces más Muñoz que Roldán! Al fin y al cabo, Muñoz no ha sido más que un listillo de pueblo, mientras que Roldán ha conseguido la proeza de robar a la guardia civil y hacerlo flanqueado por gentes de uniforme. Pero también en esto la tele es un mundo completamente invertido, y así Muñoz se beneficia de un factor, el efecto Pantoja, que en Roldán no comparece. En todo caso, lo mollar del asunto no es la diferencia de honorarios, sino el propio hecho de que dos chorizos de dimensiones estratosféricas vayan a obtener un premio económico. Los mercaderes de este tipo de guano suelen argüir en su defensa que se trata de argumentos de alto valor informativo. En efecto, ¿quién no pujaría por obtener unas declaraciones de un personaje como Roldán, que por su solo nombre concita una atención enorme? ¿O por recibir en un plató a Julián Muñoz, que reúne en su cuerpo serrano lo más llamativo de la crónica negra y de la crónica rosa? Es comprensible, sí. Pero una cosa es pelear por un contenido informativo y otra muy distinta es soltar una pasta gansa al sujeto en cuestión, particularmente si las dimensiones del pago sobrepasan las cuatro cifras. Cuando el estiércol se paga a precio de oro, es que algo está funcionando exactamente al revés de como debería funcionar. Al final, es una cuestión estrictamente moral. De esa gente nunca se acuerda la televisión; es como si no existiera. Pero he aquí que llegan dos chorizos de tomo y lomo, convictos y confesos, y hay una cadena (y más de una) dispuesta a dorarles la riñonada y a darles la tribuna pública. Es vergonzoso. Oh, por supuesto: ya sabemos que hay una cierta porción de público dispuesta disentir de cualquier cosa que suene a moral. Pero, claro: se empieza desdeñando la moral y se termina poniendo altares a los Grandes Chorizos. Después nos quejaremos cuando nos roben la cartera. O quizá ya ni siquiera eso.