Editorial

Responsabilidad común

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La coincidencia ayer de la decisión del Banco Central Europeo de rebajar medio punto los tipos de interés hasta el 3,25% y de la revisión de las previsiones del FMI, que en el caso de España auguran una contracción de siete décimas para 2009, reflejó la complejidad del escenario creado por la crisis. Si la primera medida confirma la voluntad del BCE de abandonar la ortodoxia antiinflacionista a la que se venía aferrando desde que estallaron las turbulencias financieras, a fin de tratar de reanimar la actividad al borde de la parálisis, los nuevos datos del Fondo atestiguan el alcance global que va a tener la recesión a la que ya se asoman las economías internacionales. La conjunción de ambos factores y del inesperado recorte en los tipos acordado por el Banco de Inglaterra no evitó un nuevo desplome en las Bolsas, un ejemplo elocuente de que las iniciativas que se están adoptando contra la crisis continúan topándose con el muro de la desconfianza, agudizada por añadidura ahora por la amenaza cierta de la recesión.

La evidencia de que los imprescindibles movimientos realizados a fin de contener las dificultades no ofrecerán frutos visibles de manera inmediata redobla la responsabilidad que asiste al conjunto de autoridades y agentes económicos, pero también a la ciudadanía en distinta escala, en la evaluación certera de los problemas y de las decisiones que les corresponda tener que adoptar. Tanto la rebaja en el precio del dinero consumada ayer por el BCE, como el anuncio por Jean Claude Trichet de posibles nuevos recortes en un futuro cercano, constituyen dos gestos necesarios para reactivar el consumo en las economías de la eurozona y aliviar la presión sobre los sectores de la población que han visto disminuir su poder adquisitivo; presión que se ha dejado sentir de forma significativa sobre los hogares españoles hipotecados. Más cuestionable resulta, no obstante, que Trichet justifique la medida por la suavización de las tensiones inflacionistas, porque aunque ello se ajusta a la realidad no lo hace tanto el hecho de que el BCE se haya resistido a variar su estrategia casi al límite de lo que aconsejaban las circunstancias, y aun a riesgo de que se colapsara la actividad en Europa. Pero una vez modificada la misma, las entidades financieras deberán asumir a su vez la responsabilidad que les compete a la hora de asegurar la fluidez crediticia precisa para conceder aliento a una economía exhausta.