LA TRINCHERA

La impostura del tomate

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Probablemente seamos la última generación capaz de reconocer el auténtico sabor de un tomate. Los pimientos actuales tienen la apariencia de pimientos, las cebollas siguen estrictamente los parámetros estéticos de las cebollas y los pepinos de ahora imitan voluntariosos a los pepinos de antes, pero todos, salvo rústicas excepciones, son sucedáneos rebajados de su versión original. Nuestros hijos confundirán los tomates del futuro con tomates reales, porque la semántica es hermética y porfiada, pero nosotros sabremos que no lo son, y les hablaremos de otros jugos y esencias, de otros olores, colores y texturas, como veteranos de una guerra que finalmente se perdió.

El reinado de la impostura empieza por las naranjas -tan acorchadas e insípidas-, y termina en los individuos, previo paso por los roles sociales, las instituciones, los principios aceptados y los dogmas de fe: mentiras flagrantes que brillan en los escaparates, pero que no soportan el primer mordisco sin que se descubra la estafa.

Los partidos están llenos de arribistas que buscan su lugar en el tablero, genios de la artimaña y del disfraz capaces de hablar de respeto a la pluralidad democrática mientras pasan a cuchillo a los rebeldes de la última asamblea. Algunos políticos se calzan, por la mañana, esa suerte de sonrisa ambigua que lo mismo significa tranquilidad que lombrices, y la pasean por el campo de batalla aunque, en las trincheras, la tropa se muera de hambre. Los congresos rebosan de escritores que no escriben, las galerías idolatran a farsantes que maquillan su falta de talento con complejas y vacías propuestas formales, los maestros fingen que enseñan a alumnos que fingen que aprenden, los jueces aparentan que la división de poderes existe, y hasta Urdaci presume de libertad de expresión sin que la lengua se le caiga a pedacitos al suelo.

Es normal que la gente se tome más tiempo para decidir con qué ropa se viste por fuera que para elegir los valores con que se viste por dentro. Prima la piel, la careta, la cosmética, que no se noten las costuras de ese personaje extraño que nos calzamos para salir a la calle, las fisuras de la coraza con que nos protegemos de las inclemencias de la vida en este mundo fraudulento hecho de retales, silicona y cartón piedra, de pimientos que no son pimientos, de tomates que no son tomates y de personas que no son personas.