LOS PELIGROS

Tirar la Audiencia no es lealtad

Se cruzaron acusaciones de falta de lealtad institucional en el último Pleno municipal de Cádiz. Yo creía que esa lealtad, como el valor, se presupone. Ya veo que no. Aclaro, aunque no haría falta, que esa falta de lealtad me parece mal siempre. Curiosamente quienes manejan con ligereza ese cumplimiento de la buena fe que cada uno le debe al otro, son los primeros en denunciar que son víctimas de la mala fe de los demás. Me parece una flagrante deslealtad institucional la iniciativa del Ayuntamiento de Cádiz de derribarle un edificio, útil y en buen estado de conservación, a la Diputación.

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Aunque se quiera comparar este pretendido derribo con el del edificio de la Aduana, hay una diferencia fundamental entre ambos. La Administración que gestiona la Aduana está de acuerdo, mientras la que tiene previsto crecer en el edificio de la Audiencia, no quiere ese derribo. El matiz es tan importante como el consentimiento, o no, de una Administración pública distinta en una operación urbanística que, en ambos casos, tiene pros y contras. He defendido, aquí mismo, coincidiendo en eso con la postura de la alcaldesa de Cádiz, la conveniencia de tirar la Aduana. Porque se trataba de valorizar un bien superior, en este caso la vieja estación de principios del siglo XX y recuperar el paisaje histórico de ese momento, frente a un edificio poco singular.

El edificio de la Audiencia tiene, probablemente, el mismo dudoso valor artístico. Su eliminación, es cierto, liberaría la visión posterior de las Puertas de Tierra, pero no recuperaría su paisaje histórico, sino que lo falsificaría en el pastelito que nunca fue. Esa muralla, que se quiere convertir en símbolo del Cádiz de las Cortes, estaba entonces totalmente tapada por un cuartel abovedado. Y, entre éste y el barrio Santa María, distintos edificios, como el Matadero, tapaban aún más su visión.

Las mismas Puertas de Tierra perdieron el resto del lienzo de muralla que rodeaba Cádiz. Y fueron perforadas a ambos lados para dejar circular los coches bajo sus arcos; también una intervención contra la Historia para "actualizar" el monumento. ¿Se van a cerrar, para prohibir la circulación por ahí?. Claro que no. Como tampoco interrumpirán, en esta política de acoso y derribo, la mismísima avenida a la altura del pájaro-huevera para recuperar los glacis. Ni dejarán de taladrar el respetable monumento para taparlo con adornos municipales navideños. La Historia es como es. Y es tan importante que no se merece falsificaciones.

El derribo plantea un problema legal, extrañamente convertido en argumento a favor, según el concejal Romaní. Puertas de Tierra es ya un Bien de Interés Cultural, que según la nueva Ley de Patrimonio Histórico de Andalucía, de 2007, tiene un entorno de protección de 50 metros. Eso no significa que pueda "limpiarse" de edificios, según particular interpretación. Al contrario, esa Ley dice que cualquier actuación en ese entorno necesita autorización. No sólo una modificación del PGOU sino un documento expreso. Espero que si se decide ahí la continuidad del edificio, para preservar la historia reciente del monumento, no nos lo vendan como otro atropello de la Junta contra Cádiz.

Aquí es donde una actuación tan dudosa como el derribo debía descartarse por lealtad institucional. Cádiz, incluyendo a su Ayuntamiento, necesita una red de oficinas administrativas poderosas, porque es el motivo por el que acuden muchos visitantes y fuente de ingresos. La capitalidad administrativa de la ciudad depende de la presencia de las Administraciones de ámbito mayor que el municipio. Éste sería un mal anfitrión, y un mal negociante de la ciudad, si les cuestiona su crecimiento. Por simple rivalidad política. Estas operaciones de desarrollo de la ciudad son correlativas. Si se corta una, se resienten todas. En julio pasado se desbloqueó la Ciudad de la Justicia porque Diputación cedió ocho mil metros cuadrados de suelo a cambio de ese edificio de la Audiencia. Si sólo tres meses después el Ayuntamiento quiere derribarlo, convirtiendo ese intercambio en un costoso fracaso económico, son las arcas públicas las que se resienten. Algunos parecen no entender que el dinero público que se pierde, aunque lo gestione el enemigo político, es dinero de todos nosotros. Nos empobrecen.