CUARTO DE PALABRAS

La primera vez

El otro día me paré en la acera de la trasera de la Fábrica de Tabacos (hoy delantera de las cosas de Palacio, van como van), y vi el potaje en que se ha convertido la plaza de Sevilla: un banderazo con más metros cuadrados que las VPO de García de Sola, una Aduana numantina, dos carriles cedidos (gracias, cuatro habría sido abusar) por la Autoridad Portuaria con el beneplácito del Gremio de Talleres, Moret con las maletas hechas... En fin, un lugar de viento.

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Lo cuento porque ése era mi sitio preferido, donde llegaba el tren, donde sonaban las sirenas de los barcos, donde vislumbraba a las cigarreras por las ventanas, donde empezaba el camino de Astilleros, donde mi barrio terminaba, donde después de dejar la basura mi madre me llevaba a ver la fuente, «¿La polvera!», y cogido de su mano, embelesado, esperaba la sorpresa, «¿El chorro grande!» (de sopetón). Le poníamos nombre a lo que otros le habían puesto ingenio: Los diablillos, La tartera, Los dos a la vez... Sería el agua en movimiento que tiene un componente embaucador; sería la luz que hacía de sus piruetas instantes de ilusión; sería la edad (por no darle más vueltas) pero aquello para mí tenía todo el encanto que puedan contener los momentos mágicos. Iba todas las noches, pero siempre era la primera vez, como un tonto... Hace cuatro años (y un día) llegué a casa con dos copas de la cristalería de Elcano. Le dije a mi señora «Son de Bohemia», «¿De la misma Bohemia?», me puso en duda «...sí», «¿Y porqué has comprao dos voces?», «Pa brindar».

Hoy voy a brindar otra vez, por todas las voces... Hasta la mía, doscientos artículos (si habrán salido potajes...) bajo la máxima de Horacio Dulce est desipere in loco (anda que no). Ocurre que, será la edad (por no darle más vueltas), cada uno de los doscientos tuvieron su momento mágico, y siempre fue la primera vez, como un tonto...