Editorial

Golpe contra la democracia

El Ejército puso ayer punto final ayer al legítimo Gobierno de Mauritania con un golpe de estado que ha depuesto al presidente, Sidi Abdallahi, elegido hace año y medio en un proceso de democratización que estaba sirviendo de referente para otros estados subsaharianos. La inestabilidad política que tenía paralizado al país desde meses atrás por el acoso de Al-Qaeda, la crisis económica y la carestía de los alimentos ha desembocado en una intervención militar que retrotrae a Mauritania a los tiempos en que los pronunciamientos por la fuerza se combinaban con el empobrecimiento y la desesperanza. Los generales rebeldes, que no encontraron la menor oposición a su ocupación del poder en un desfavorable síntoma de resignación interna, se enfrentan, sin embargo, al cuestionamiento de una comunidad internacional que ha condenado el golpe sin paliativos.

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Pese a mantener una exigua colonia de religiosos y cooperantes sobre el terreno, España ha impulsado con intensidad las relaciones diplomáticas con el país africano en los últimos años. El principio de no injerencia y la delicada situación que afronta la ciudadanía mauritana aconsejan conducirse con cautela, lo que implica calibrar el efecto de las advertencias sobre la continuidad de los proyectos de cooperación internacional. Especialmente cuando tanto los programas de ayuda previstos por la UE como el compromiso del Ejecutivo español, que condonó recientemente la casi totalidad de su deuda para coadyuvar al desarrollo de Mauritania, deben actuar como un elemento de presión sobre los golpistas para forzarles a restituir la legalidad revocada por las armas.