Tribuna

Cádiz, don Diego de Alvear y el tesoro del Odyssey

No nos debe resultar extraño que las historias de barcos hundidos, piratas, islas desiertas, naufragios y tesoros resulten sugestivas e incluso fascinantes. A ello han contribuido libros y películas de indudable éxito que han hecho volar -mejor dicho navegar- nuestra imaginación. Algunas veces la realidad supera a la ficción.

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Cuando he sabido que el tesoro rescatado por el Odyssey es el que llevaba en sus bodegas la Fragata de la Marina de Guerra Española Nuestra Señora de las Mercedes, hundida el 5 de octubre de 1.804 en un desigual combate contra los ingleses en aguas del Algarve, cuando se dirigía a Cádiz desde Lima previa escala en Montevideo, he recordado la historia de Don Diego de Alvear unida tanto a dicha Fragata -y por tanto, al tesoro del Odyssey-, como a Cádiz.

Don Diego de Alvear y Ponce de León nació en Montilla, Córdoba, era hijo de Don Santiago Alvear Morales y de Doña Escolástica Ponce de León de Rivera y Mendoza, natural de El Puerto de Santa Maria. Su padre fue el fundador de la conocida bodega cordobesa que lleva su apellido y que aun existe, y su madre, paisana nuestra.

Don Diego quiso ser militar, por eso ingresó en la Marina Real en la Compañía de Guardias Marinas de la Isla de León, siendo entonces su director el celebre marino y científico Jorge Juan. Algo de ciencia debió de imbuirle el fundador del Observatorio Astronómico a nuestro Don Diego, porque fue un experto matemático, astrónomo y botánico, además de hablar con fluidez siete idiomas, de tal fortuna que fue nombrado Comisario de la segunda división de la Comisión de Limites entre España y Portugal, a llevar a cabo sobre los ríos Paraná e Uruguay. Realizó observaciones astronómicas de notable interés. Fue autor de obras como Descripción de Buenos Aires o Demarcación de los territorios de España y Portugal. Una ciudad argentina lleva su nombre.

Terminada su misión en América, se dispuso a volver a Cádiz con su esposa y con los ocho hijos vivos que le quedaban de un total de diez, embarcando en la Fragata Nuestra Señora de las Mercedes, que en unión de la Fama, Medea y Santa Clara, formaban flota al mando del Brigadier Don José Bustamante, cuyo segundo era Don Tomas Uriarte. Durante la travesía éste último enfermó y murió, por lo que Don Diego tuvo que sucederle, y por ello se vio obligado a abandonar la Mercedes con su hijo Carlos para trasladarse a la Medea. Este hecho le salvó la vida, pero al volar por los aires la Mercedes perdió a su esposa y a sus otros siete hijos. Precisamente ese hijo Carlos, -nacido en América, casado en Cádiz con una jerezana, y con el tiempo General de Caballería-, fue Presidente de la Asamblea Constituyente Argentina, y un nieto de éste, Marcelo Torcuato de Alvear, Presidente de la Republica Argentina en 1.922.

Don Diego y el resto de la dotación de la Flota española fueron conducidos como prisioneros a Inglaterra, a pesar de que España no estaba en guerra con dicha nación, y -como no-, toda la plata y metales preciosos fueron ingresados directamente en el Banco de Inglaterra, a pesar de lo cual, el gobierno ingles condolido por la situación personal de Don Diego le recompensó con 12.000 libras.

No perdió el tiempo Don Diego, porque durante su internamiento en Londres conoció a la dama inglesa Luisa Ward, con la que se casó y tuvo siete hijos más. Al parecer, la capacidad de procreación de Don Diego era extraordinaria, hasta el punto que le atribuyen la paternidad extramatrimonial nada más y nada menos que del libertador José de San Martín.

Ya de vuelta a España en 1.807, ascendido a Brigadier es destinado a Cádiz como Jefe de Artillería Naval, reorganizando el mencionado cuerpo y mejorando la operatividad de las baterías de la defensa de Cádiz, lo que posibilitó en su momento la rendición del almirante francés Rosilly. Constituyó el denominado Cuerpo de Voluntarios Distinguidos de Cádiz y fue Vocal de la Junta de Defensa y Gobierno de Cádiz, así como Gobernador Político Militar de la Isla de León durante las Cortes. Después de la guerra napoleónica vive las vicisitudes propias de la España de aquel tiempo y muere en Madrid a los ochenta años. Espronceda le dedicó un poema.

No sabemos como terminará el litigio sobre la propiedad del tesoro del Odyssey, aunque existe el precedente del Tribunal Supremo de EEUU que concede la propiedad de los pecios de las fragatas de la Marina de Guerra Española Juno y La Galga, hundidas como consecuencia de sendas tempestades en enero de 1.802 en las costas de Virginia, en base a las alegaciones españolas sobre la inalienabilidad, imprescriptibilidad, e inembargabilidad de los bienes demaniales, y no cabe la menor duda que un buque de guerra al mando de oficiales de Marina, es un bien demanial, y por lo tanto goza de lo que se ha venido a denominar «inmunidad de soberanía», de la que los Estados Unidos son sus principales valedores. No en vano tienen buques de guerra hundidos por los cinco océanos como consecuencia de las guerras del Siglo XX. Todo parece indicar que el Estado español es el único, exclusivo y excluyente propietario del pecio de la Fragata Nuestra Señora de las Mercedes.

Es indudable que el tesoro del Odyssey, es decir la carga que transportaba la Mercedes cuando fue hundida por los ingleses -sin estar en guerra con ellos-, encierra un valor material y económico indiscutible e incalculable. Pero no es menos indiscutible ni menos incalculable el valor moral, militar, cultural e histórico del mismo, que a nadie le pertenece más que a España, cuyo tributo pagó con creces con la vida de sus servidores públicos y con la de sus familiares, quienes reposan para siempre en el fondo del océano.