opinión

Leche Picón | De pintadas, torturas, España y sus cojones

Años ha, nuestro Ayuntamiento, presidido entonces por el Innombrable (q. s. g. g.), puso en marcha un programa denominado Pintamuros. Se dedicaron un buen puñado de millones de los de la época para que algunos individuos -la mayoría, con piercings, tatuajes y greñas, y ya sabe usted lo que se puede esperar habitualmente de tales esperpentos- emborronaran las paredes de nuestra ciudad con pintadas de dudoso -por no decir horroroso- gusto. Y claro, como siempre pasa, de aquellos vientos estos lodos. En cuanto el actual Ayuntamiento ha intentado acabar con tales prácticas, uno de aquellos individuos -en concreto, uno llamado Kan, seudónimo que algo tendrá que ver con el hecho de que los khanes eran los régulos de Mongolia- no ha encontrado mejor manera de mostrar su descontento que pintarrajeando el lienzo de muralla que existe a entradas de Chancillería. El muy cafre, a quien Dios confunda. Y a quien la policía debería perseguir con todo su empeño, pues ya no estamos ante una gamberrada sino ante un delito contra el patrimonio histórico-artístico de la Ciudad del artículo 323 del Código penal.

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Y en la otra punta de nuestra piel de toro, el Parlamento vasco ha aprobado una moción en la que reprocha al Gobierno central su permanente apoyo a la Guardia Civil y restantes fuerzas policiales frente a las denuncias de torturas de los hijoputas etarras. Y se han quedado tan panchos, los muy cabrones, a pesar de que su manifiesto ha coincidido en el tiempo con el asesinato de otro guardia civil por parte de la banda de criminales.

Son dos ejemplos bien distintos pero significativos de lo que está pasando en esta España nuestra. Si aquí hubiera lo que hay que tener, es decir, dos cojones, ni se consentirían atentados contra el patrimonio ni mociones como la de los imbéciles diputados vascos nacionalistas e independentistas. Si aquí, en este país nuestro, hubiese lo que hay que tener -insisto, dos cojones-, ya habría un grupo policial buscando sin tregua al tal Kan en las alcantarillas en las que debe de vivir y un juez de instrucción presto a mandarlo a Puerto Dos, por delincuente y por vándalo. Y ya el Fiscal general del Estado habría presentado una querella contra todos los firmantes del manifiesto del Parlamento vasco por delito de apología del terrorismo del artículo 578 del Código Penal, pues ni la libertad de expresión en el ejercicio de cargos políticos ni la inmunidad parlamentaria pueden amparar afirmaciones bajo las cuales sólo subyace un descarado apoyo a las tesis de los terroristas expuestas en los diversos «manuales» que les han sido incautados.

Pero los cojones de la España de siempre -los de los arévacos y los numantinos, los de Don Pelayo y el Cid, los de Colón y los Pinzones, los de Pizarro y Cortés, los de los tercios de Flandes y sus piqueros y arcabuceros, los de Daoíz y Velarde, los de Agustina de Aragón y tantos otros- sólo son un hermoso recuerdo en nuestros días. En la España de hoy todo se calla y todo se consiente. Se agacha la cabeza como un toro manso. Se mira hacia otro lado como un marido cornudo. Nos limitamos a divagar sobre la mayoría silenciosa. Y así nos luce el poco pelo que nos queda. Yo, sin embargo, no me resigno. Y estoy cabreado, como pueden notar. Y como no me resigno y como estoy cabreado, permítanme que me desahogue y que deje escrito bien claro y bien alto que, desde esta gacetilla y a los cuatro vientos, me cago en los muertos de quienes quieren acabar con esta España nuestra. Amén.