CALLE PORVERA

bendita rutina

Cada vez tengo más claro que los humanos no nos conformamos con prácticamente nada (o al menos los de esta parte del mundo, los que para colmo lo tenemos todo). Cuando nos encontramos en pleno invierno, soñamos eternamente con el solecito, las vacaciones y las falditas cortas (unas por su comodidad; otros por alegrarse el cuerpo), y cuando llega el verano, las altas temperaturas nos hacen anhelar el fresquito, los calcetines y el nórdico.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Cuando llegan las vacas flacas, somos los más desgraciados porque hay que recortar el número de cervecitas que uno se toma, o los trapitos que se compra. Sin embargo, cuando nos lo podemos permitir y gastamos algo más de lo habitual, luego nos sentimos culpables porque hemos despilfarrado en vez de ahorrar. Ejemplos como éstos seguro que hay cientos, pero pocos me parecen tan claros como el de la Feria. Para su llegada, nos preparamos con meses de antelación: los trajes de gitana, los días libres (el que pueda), los planes con los amigos que vienen de fuera, y un sinfín de proyectos, ya que cualquier invención nos resulta insuficiente.

Pero cuando estamos en el ecuador de la semana, no es difícil comenzar a escuchar frases como: «estoy harta de Feria», o «qué ganas tengo de que se acabe». En mi caso concreto, no he parado de lamentarme todo el fin de semana arrastrando un cansancio de hace días, como si en realidad alguien me hubiera puesto unos grilletes y arrastrado al Real en contra de mi voluntad. Aunque la diversión es innegable, la vuelta a la monotonía, a un horario establecido, una rutina de sueño y una comida ordenada, se presentan como el colmo de las aspiraciones posibles.