MEMORIAS DE LA FRONTERA

Sara Baras, humo en libertad

Sara Baras tiene un lápiz en la oreja -sus espectáculos constituyen un legítimo negocio en el país de las subvenciones- pero sigue conservando una flor entre los labios: esa cierta inocencia de chica del portal de al lado, de novia de Cádiz, de niña aparentemente modosita que es capas de zarpar por la ventana hacia el país de la magia, el de nunca jamás, el del baile concebido como lo más parecido al vuelo de las aves.

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En el fondo, Sara Baras ni siquiera se llama Sara Baras: tiene un padre socarrón y marino que no se pierde un estreno y una madre amantísima que supo ser jonda en una clase social no demasiado propensa a la bohemia y al flamenco. El nombre de Sara Baras es el de los personajes que interpreta, ya se llamen Juana, Mariana o Carmen -que no es la de Merimée ni la de Bizet, ni siquiera la de Gades--, o bien sea esa gavilla de bailaoras anónimas a las que ha ido reencarnando en escena, desde sus tiempos con Morao o con Javier Barón y, sobre todo, en sus espectáculos bautizados con el humilde apodo de las emociones.

Sara Baras no sólo tiene unos pies prodigiosos, un cerebro civilizado y un instinto de fiera a la que sólo podrán domar el amor y la ternura. También tiene una sabiduría de piedra ostionera, la humedad de la sal en su cintura y ese aire cosmopolita que suelen imprimir los puertos, máxime al pairo de dos mares y de cuatro vientos.

En el fondo, Sara Baras es una banda organizada, en la que en esta nueva aventura dirigida por Joan Valent, con piezas de Paco de Lucía, Ara Malikian y Javier Ruibal, milita el paso a dos y a lo que haga falta de José Serrano y Luis Ortega o ese cuerpo colectivo de Alicia Fernández, Raúl Fernández, Cecilia Gómez, Charo Pedraja, Daniel Saltares, Ana González, María Vega, David Martín y José Galán. Qué redada se está perdiendo la policía de la rutina con guitarristas forajidos como José Mari Bandera, David Cerraduela -director musical-, José Carlos Montoya o Mario Gómez, más el violín de José Amador Goñi, la percusión de Antonio Suárez y las voces de Miguel de la Tolea, Saúl Quirós y Brenda García.

Sara Baras arrastra un paisaje personal de teatros rendidos y críticas de infarto, premios mundiales y giras implacables. Ella es como uno de esos huracanes que devastan a su paso cualquier gesto de indiferencia. Si te gusta, te abduce. Si no te gusta, te irrita. Algo así, en definitiva, como Marruecos o como Picasso, como la poesía y el cine del oeste.

En el fondo, y es lo más sorprendente, Sara Baras mantiene un eterno aire de lolita que vuelve de la escuela, como si los años no hubieran pasado pero han pasado: a ese fenómeno se le llama madurez y eso se nota, porque sus últimos montajes ya no han girado sólo en torno al vértigo, al virtuosismo del más difícil todavía sino en torno a una progresiva serenidad en su propuesta coreográfica.

En la Carmen que hoy todavía puede verse en Cádiz antes de viajar al Puerto de Santa María, reina a solas en la célebre habanera, pero también por alegrías y por seguiriyas. Una sólida piedra angular que, por fin, empieza a tomar cuerpo en escena para garantizar que a esta bailaora no sólo le sobra todavía juventud, sino cuerda para rato.

Sara Baras y Carmen fuman ahora juntas, a sabiendas de que este tiempo no precisa de los galones de don José ni del traje de luces del toreador Escamillo.