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ARTICULISTA. Una caricatura de Llamazares, que publica lo mejor de su producción periodística/ LA VOZ
Cultura

La columna y el tiempo medieval

Julio Llamazares publica 'Entre perro y lobo', una selección de sus mejores artículos periodísticos

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Todos los lectores habituales de periódicos gaditanos conocen -o deberían conocer- a José Manuel Benítez Ariza. Todos hemos disfrutado alguna vez de sus columnas, de su prosa, de su mirada incisiva y amable al mismo tiempo. En la Feria del Libro de Cádiz de 2005 presentó una recopilación de sus artículos en un volumen editado por Quórum que llevaba como título Columna de Humo. Durante aquel acto, celebrado en el Baluarte de la Candelaria, el escritor todo terreno gaditano (poeta, novelista, ensayista y, por supuesto, columnista) llamó la atención de los allí presentes sobre la naturaleza cíclica, a la manera del concepto medieval del tiempo, de la escritura periodística en su variante de opinión e interpretación.

Según Benítez Ariza, los asuntos que un columnista trata a lo largo de los años ejerciendo su labor periodística dependen del paso de las estaciones. Igual que rescatamos de nuestro armario la ropa que la temporada anterior nos pusimos en invierno, de la misma manera que en verano buscamos nuevas camisetas que sustituyan a las que se nos han quedado demasiado pasadas de tanto lavarlas, el articulista recurre año tras año a los mismos asuntos que abrigaron sus columnas de invierno o puede que se aventure a buscar en las tiendas de su imaginación nuevos argumentos para sus textos estivales pero, eso sí, jamás de manga larga, por aquello de los rigores del verano periodístico.

Somos tiempo y a él se supedita todo, incluso lo que escribimos. Y más aún en un género tan evanescente, tan efímero como el artículo periodístico. Creemos que la vigencia de la escritura en prensa tiene la consistencia del papel que día a día se renueva con cada edición del periódico para el que trabajamos. Sin embargo, la perspectiva que nos proporciona el paso de los años de colaboración para unas cabeceras determinadas demuestra que hay otro tipo de perdurabilidad, una especie de diacronía en la fugacidad.

Cuando el lector se acerque a Entre perro y lobo, el nuevo libro de Julio Llamazares publicado por Alfaguara que recoge parte de sus producción periodística a lo largo de más de veinte años, constatará que lo que apuntaba Benítez Ariza es cierto, que algunos artículos parecen responder, por ejemplo, a las exigencias y avatares estivales, como Días de perros o La nevera.

Probablemente si el libro ofreciera, agrupados anualmente, todos los textos publicados en prensa por Llamazares desde 1986, se podría comprobar mucho mejor esa condición estacional cíclica enunciada por Benítez Ariza. Sin embargo, Entre perro y lobo, al tratarse de una selección, desborda la temporalidad anual y ofrece al lector otra suerte de circularidad.

En los artículos seleccionados el autor recurre a los mismos temas: el mundo rural, la despoblación y el abandono de éste, la marginación económica y política de su tierra leonesa, la defensa, Madrid, los maquis En cuanto a cuestiones políticas, hay que señalar un fenómeno temporal interesante. En sus artículos de los 80 y 90, Llamazares destaca lo irrespirable de la esfera pública española por los continuos ataques más o menos irracionales de unos contra otros. Según lo expresado por el autor leonés en estos textos, parecía que en aquellos años se había llegado a una cota insuperable de crispación en la vida política española. Sin embargo, haciendo bueno el dicho que asegura que quien aspira a mejorar lo malo apunta a lo peor, sus artículos políticos de los primeros años del nuevo siglo, salpicados de teorías conspirativas, onces emes y demás parafernalia dialéctica política reciente, demuestran que no solamente de año en año se repiten los mismos asuntos funestos, sino que, desgraciadamente, poco o nada hemos avanzado en ciertos aspectos.

Conclusión pesimista

La lectura de Entre perro y lobo proporciona al lector la desagradable sensación de hallarse en un bucle temporal inútil que refuta aquel otro dicho que afirma que «quien conoce la historia tiende a no repetir sus errores». Al contrario de lo que cabría esperar de un tiempo como el nuestro, en el que se supone que siempre se avanza linealmente hacia el progreso y la mejora continua de las condiciones de vida de los ciudadanos, la lectura de los artículos del libro nos llevan hacia una conclusión muy pesimista, hacia una concepción temporal medieval, cíclica y repetitiva, en la que de vez en cuando contemplamos con hartazgo la reiteración de los mismos errores de siempre, cuando no agravados.

Este hecho no solo se refiere a la vida política del país, sino que se extiende a otros ámbitos como, por ejemplo, el lenguaje -Modernos y elegantes y Las palabras-, el nivel cultural y moral de la ciudadanía - Parque jurásico o La vida de los otros-, las guerras del Golfo -El zigurat, Bajo la arena- y sus consecuencias -Madrid me mata-, la literatura

En cuanto a esta última, las referencias son muy jugosas. En primer lugar, la literatura aparece ya, aunque no lo parezca, en el título mismo del libro. Como explica el autor en el prólogo, Entre perro y lobo se refiere a las difusas fronteras que para él existen entre la escritura literaria y la periodística, como «esa luz indecisa del atardecer que se produce cuando el sol ya se ha ocultado pero la noche no se ha adueñado todavía de la tierra; esa luz difusa y gris que se parece a lo que en el cine llaman noche americana».