DEBUTANTE. Mercedes Castro acaba de aterrizar en el panorama editorial. / EFE
Cultura

La derrota de los malos

Alfaguara edita la primera obra de la gallega Mercedes Castro, 'Y punto', una novela negra protagonizada por un mujer policía que sobrevive en un universo eminentemente masculino

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Tal como suele andar la humanidad lectora occidental, embarcarse en un volumen de seiscientas y pico páginas suena a locura. A no ser que uno sepa escabullirse con su libro entre las grietas que a veces deja libres la jornada laboral y además renuncie a parte del tiempo y del espacio que comparte con la familia y los amigos, la tarea de llegar al Everest de un libro tan voluminoso resulta bastante complicada. Sin embargo, si la historia engancha, si los personajes no pecan de esquematismo y el ritmo narrativo es vivo e intenso, el lector fuerza a los horarios estáticos de las obligaciones y del ocio -e incluso del sueño- para coronar con placer el ocho mil que se trae entre manos.

Y punto (Alfaguara), de la gallega Mercedes Castro, asciende hasta las 623 páginas. Es decir, que el lector se halla ante uno de los primeros ocho miles del año literario que apenas ha comenzado. Las noticias que se escuchan y se leen en los espacios culturales de toda la prensa pronostican una interesante lectura. «La autora revelación del año», indica el dossier de prensa de la editorial -pero qué va a decir si no la empresa que publica la novela-. La épica del mundo editorial también acompaña a la escritora y enternece al potencial lector: nueve años de trabajo invertidos en la composición de la historia y una honestidad a prueba de favores demostrada por la autora al no aprovecharse de sus contactos en el mundo editorial español -ella misma es parte del gremio- para publicar su novela.

Todo esto está muy bien. Predispone a atacar las seiscientas y pico páginas de Y punto. Pero no olvidemos que el envoltorio no siempre se corresponde con el regalo. El placer de la lectura y la calidad de un libro no siempre recorren líneas paralelas al paratexto, a la parafernalia promocional.

De hecho Y punto es una novela a la que le cuesta arrancar. No atrapa al lector desde la primera página. O, mejor, sí lo engancha, pero con altibajos. Su inicial ritmo frenético, acentuado por la alternancia de la tercera persona del narrador y la primera del fluir de los pensamientos de la protagonista, abre unas expectativas excelentes: frescura, descaro, dinamismo. Sin embargo, de vez en cuando la novela se atasca, porque hay intervenciones que chirrían, que no encajan con la naturalidad que se nos prometió.

Quizá el ejemplo más significativo se halle en la conversación entre Clara Deza, la protagonista, y su marido Ramón acerca de las razones que llevaron a cada uno a la profesión que ejercen, ella policía y él abogado. Las explicaciones de ambos, su oralidad, resulta poco verosímil. Por muy claro que uno tenga el orden de los hechos que quiere contar, es muy difícil sostener un elevado nivel léxico y la pulcra coherencia con que se desarrolla esa charla, que trata de explicar el origen del presente que viven ambos personajes.

Por otro lado, esa misma sensación de inverosimilitud se aprecia en una de las escenas finales del libro, cuando Clara se topa con el malo de la película. Si utilizamos esta expresión cinematográfica es porque ese momento recuerda al lector algunas de esas situaciones horrendas a las que nos tienen acostumbrados ciertos filmes norteamericanos: dos personajes encañonándose con sus armas de fuego y disertando sobre las razones que los han llevado hasta ese cénit narrativo. Sería más lógico actuar como Indiana Jones ante el nativo que lo amenaza con un machete y le demuestra su pericia con su arma en una especie de baile de San Vito intimidatorio. Se le dispara y punto. Y a otra cosa.

Una novela atrae también por la calidad de su historia y sus personajes. En este sentido, Y punto cumple con su cometido. La hilación de los hechos mantiene al lector atento y ansioso por completar el puzzle que Clara Deza ha empezado a componer al descubrir que su chivato preferido ha muerto.

Mientras que el resto de los policías con los que trabaja, hombres todos, entiende que allí no ha pasado nada -un yonqui muerto por sobredosis y poco más-, Clara no se resigna a una visión tan simplona de la miseria humana. La segunda muerte, la de Olvido, una prostituta de lujo, confirmará a ambas partes en sus trece: una prostituta muerta más, dicen los hombres, u otra pieza que aparentemente no encaja, pero que de alguna manera, mantiene la subinspectora Deza, ha de tener relación con el primer cadáver.

En tierra de hombres

Esa tozudez ante las evidencias que mantiene la mayoría, esa postura conscientemente diferenciada, esa contemplación de lo real desde una perspectiva orgullosamente minoritaria hace de Deza un personaje con el que es fácil empatizar. Una mujer, en definitiva, en un mundo tradicionalmente de hombres, una sensibilidad nueva en un ambiente cargado de testosterona y prejuicios, una mirada respetuosa y compasiva incluso hacia lo más degradado de la sociedad.

Clara Deza comparte con el lector un ansia que no llega a materializarse completamente en la realidad, a pesar de los esfuerzos que desde muy diversos sectores se realizan día a día. A la manera de Mercedes Castro, a la que le gusta intercalar citas musicales, podemos afirmar que Deza es, como dice la Mala Rodríguez, un escupitajo en la cara más obtusa del machismo reinante, pero también una esperanza de que todo no está perdido, de que, como dice la canción de Los Planetas, los malos van perdiendo.