Genoveva Casanova. / LA VOZ
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La condesa de los ojos tristes

Genoveva Casanova preside una cena de gala en el Teatro Real, como embajadora de las joyas Vasari

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Acababa de morir el inconmensurable Fernando Fernán-Gómez y la fría noche madrileña del pasado miércoles parecía más que oscura, negra, de luto. Pero la vida sigue, el espectáculo debe continuar y en el Teatro Real estaba programada una fiesta por todo lo alto, de ésas en las que las señoras se visten de largo y los caballeros sacan el esmóquin del armario (o de la casa de alquiler). Así que a las nueve en punto dio comienzo la función.

Era la primera vez que Genoveva Casanova se ponía voluntariamente frente a las cámaras desde su separación de Cayetano Martínez de Irujo y había una expectación digna de noche de estreno. Genoveva es desde 2006 la embajadora de Vasari y, como tal, actuó de anfitriona en la cena de gala con la que esta firma ha celebrado su XXV aniversario.

«Ahorita estoy muy nerviosa», confesó la mexicana a su llegada al Teatro Real. Y eso que con su deslumbrante collar y su vestido de Elie Saab, un espectacular traje de noche negro azabache con pedrería, Genoveva estaba más condesa de Salvatierra que nunca. «No quiero entrar a valorar mi estado de ánimo actual. Aquellas fotos en Nueva York... Bueno, un mal día lo tiene cualquiera». Pero mientras lo decía su voz sonaba melancólica y sus ojos parecían tristes.

La duquesa de Alba tiene un sueño: que su hijo Cayetano y su todavía nuera Genoveva, padres de Luis y Amina, dos mellizos de seis años, vuelvan a intentarlo y logren salvar su matrimonio. La pareja se rompió, como mandan hoy las estadísticas, a los dos años de la boda. Pero Casanova, que considera a Cayetana «una segunda madre», prefiere no hacer conjeturas. Sí aclaró en cambio que no hay romance a la vista (ya han empezado a adjudicarle algún novio), y que el jinete con el que se casó ha sido y sigue siendo, de momento, el hombre de su vida.

Más delgada y pálida que de costumbre, Genoveva, de ser cantante de ópera, habría bordado esa noche en el Real el papel de Violeta. Pero ella prefiere emular a una heroína más moderna. «Ojalá pudiera hacer una labor como la que desempeña Angelina Jolie», dijo. En unas semanas, la condesa visitará con el Acnur distintos campos de refugiados, pero la Navidad la pasará en la Casa de Alba, «porque allí está mi familia». También la acompañará su madre, recién llegada de México.

En cambio, Cynthia Rossi, coprotagonista de la velada, dijo ignorar de momento si comerá el turrón con mamá Carmen Martínez Bordíu. Bastante ha tenido con sobrevivir en un París «paralizado por las huelgas». Pero el elenco no quedó ahí. En la cena, amenizada por una vocalista de jazz, también estuvo Paloma Lago, que se declaró feliz por haber conseguido «ser como los periodistas que salen en la tele; o sea, una famosa a la que le dan mesa en un restaurante abarrotado, pero a la que nadie persigue». Lago también explicó que los lunes por la noche, a la hora en la que su ex novio, Álvaro Bultó (con quien estuvo a punto de casarse), baila en un concurso televisivo, ella se da siempre «un masaje para las contracturas».

«Pues mi marido baila a lo agarrado que te mueres», soltó la siempre espontánea Laura Ponte, imagen de la última campaña de Vasari y deslumbrante con un vestido negro de Azzaro. «Eso sí, a la hora de posar ante las cámaras es un rancio».