memorias de la frontera

El talento sereno de Ana Salazar

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Aún no ha cumplido treinta años y ya acuña su propia leyenda esta gaditana Ana Salazar que acaba de publicar Claros del alma, su tercer disco pero tal vez, por personal, el primero. Después del buen sabor de boca que conllevó su participación en Chanson flamenca, su solitario Flamenco move y su célebre Ana Salazar canta a Edith Piaf, vitoreado en Francia y casi ignorado en España, se metió en el estudio de grabación mientras veía crecer en su vientre a su primer hijo. Todo un símbolo y todo un aviso para los navegantes que quieran asomarse a esta nueva obra en la que, por primera vez, se presenta como autora, pero también como intérprete de cantables ajenos: la serenidad quizá sea el hilo musical que une toda esta colección de emociones.

Crecida en esa especial zona de Puerta Tierra, próxima al cementerio de San José ya cerrado, su condición artística es absolutamente fronteriza, ya que sigue sin renunciar al cante pero tampoco al baile, como pudieron comprobar quienes presenciaron sus guiños a La Argentinita –que también compaginaba ambas disciplinas—en el espectáculo Cádiz. A bordo de dicha puesta en escena, ya presentó uno de los temas de este disco, Como Adela por la vida, un homenaje de José Luis Montón a Adela La Chaqueta, que participó en Las calles de Cádiz y quien, como Ana Salazar recuerda y sabe, fue una adelantada a su tiempo, que llevó al flamenco los zapatos de tacón de aguja y no le importó bañarse desnuda en una España resfriada de intolerancia.

La biografía de Ana Salazar es la del aprendizaje, desde los 16 años acompañando a figuras del baile como Manuela Carrasco, Eva Yerbabuena, Antonio el Pipa o Antonio Canales, que le hicieron mirar horizontes más lejanos que aquel Madrid donde la nostalgia estuvo a punto de hacerle desistir y volver a Cádiz, si no hubiera escuchado casi por azar la Canción de las simples cosas, una canción de Armando Tejada Gómez y César Isella, que popularizó Mercedes Sosa pero que ella oyó por primera vez en la voz de Chavela Vargas.

La producción de Claros del alma corre a cargo de su compañero Guillermo McGill, que ha realizado adaptaciones tan complejas y controvertidas como la del Dame tu boca, los versos de Mari Pau Domínguez a los que puso música Javier Ruibal. Si Montón le imprime un acento flamenco al disco con la complicidad de Josete Ordóñez, McGill le acerca a un cosmopolitismo bien digerido, en donde lo mismo vuelve a aparecer la sombra del ruiseñor de París en Le bleu de tes yeux como se le rinde tributo merecido a Lola Flores, en Pena, penita pena, la copla clásica de Quintero, León y Quiroga popularizada por La Faraona, pero que ha conocido versiones tan diversas como la de su hija Lolita, la de Isabel Pantoja o el dúo La Plata.

Las guitarras eléctricas y acústicas de Israel Sandoval, las flautas de Juan Carlos Aracil, el acordeón imprescindible de Cuco Pérez, el piano de Bernardo Sassetti, los bajos de Javier Colina, Víctor Merlo o Josep Pérez Curella, con la percusión de Jorge Tejerina y del propio Guillermo McGill, crean una hermosa atmósfera de arreglos para canciones como Detrás de la verdad, Alucinación, Andrés y el mar, Conclusión, Por el mar, Mi confianza y la rumba Tu regalo.

Más allá del disco pero en cierta medida como parte del mismo, cabría incluir un tema instrumental de McGill, una curiosa seguiriya cuyo título oscila entre Desierto de un señor y Mi soledad, en donde dialogan el jazz con el flamenco y sobre la que ella interpreta una seguiriya a caballo entre el flamenco y el jazz, con la coreografía que le preparó su paisana Rosario Toledo, con la que comenzó su andadura artística cuando ambas eran mucho más niñas de lo que son.