Ciudadanos

Baile descarado para enfrentarse al miedo

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El ciclo Los Novísimos se abría este año con el espectáculo 'Ataduras' del gaditano Jesús Fernández. Un ciclo que cada año sorprende con una acertada programación, que sirve para dar a conocer una diversidad de buenas propuestas escénicas.

La voz en off del propio Jesús detallaba las trabas que el artista encuentra para ejercer con soltura y calma su oficio. Trabas internas, factores personales. La angustia de la inseguridad, el recelo a sentir que uno nada tan sólo en la superficie, la desconfianza, la autoindulgencia, el temor a no cumplir las expectativas propias y ajenas. El miedo, personificado en el otro yo del propio artista, un miedo que agarra el cuerpo por dentro e impide avanzar en la expresión. El miedo y la lucha para superarlo como motor del espectáculo.

Conducido desde el primer minuto por un sobresaliente Jesús Guerrero a la guitarra, el bailaor arrancó por compás de bulerías ocupando el mínimo espacio escénico. Tiempos variados a seguiriyas por momentos que cerró con una cabal casi en silencio. Formas particulares y personales de entender el baile sin dejar de lado la ortodoxia.

Para la caña, acopló el cuerpo y los pies a las formas clásicas mientras sus manos buscaban los ademanes contemporáneos de acometer el baile. Maneras muy emocionales, con una transmisión muy directa a la platea y enmarcado en un contraluz que colorearía casi la totalidad del montaje.

Los tangos ofrecieron una imagen más redonda y desenfadada del gaditano, con movimientos espasmódicos, quiebros y búsqueda de contrarios en la partitura física. Embustes de categoría para dar cuerpo al notable proceder del cante por parte de El Galli.

El otro Jesús, el de las seis cuerdas, se exhibió primero en solitario y a continuación en unas buenas malagueñas con un Galli que volvió a despuntar. El moronense también destacó en los abandolaos con que se cerraba la parte musical.

Antonia Jiménez, invitada a la guitarra, comenzó marcando la soleá, lo mejor de Jesús Fernández en toda la noche. De la quietud más absoluta, en las letras, a los remates por bulerías, el bailaor manejó los tiempo con maestría. Supo darle empaque a los silencios y dejarse ir libremente cuando el compás le pidió velocidad y guasa.

Con sólo cinco personas en escena, sin más escenografía que dos sillas y una iluminación tan sencilla como afortunada, Jesús demostró que en los pequeños trabajos podemos encontrar grandes historias.