Una mujer llora ante su casa destrozada por las bombas en un suburbio de Donetsk (este de Ucrania)
Una mujer llora ante su casa destrozada por las bombas en un suburbio de Donetsk (este de Ucrania) - reuters

La guerra olvidada de Ucrania ya se ha cobrado más de cinco mil muertos

Mientras fracasaban las negociaciones de paz en Minsk, morían otros doce civiles en la ciudad de Debáltsevo

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Las cifras hablan por sí solas: más de cinco mil muertos, medio millón de desplazados, casi el 80% de la industria de la zona inactiva, cinco millones de personas viven en la áreas afectadas y hay más de un millar de desaparecidos. Este el tétrico balance de diez meses de guerra en las regiones rebeldes de Donetsk y Lugansk, que constituyen el corazón industrial y minero de Ucrania.

Lo que empezó con un intento de emular lo sucedido en Crimea, en la confianza de que sería un paseo incruento para su incorporación a Rusia se ha convertido en una espeluznante guerra que amenaza con eternizarse como un conflicto olvidado más. La anexión de Crimea por Rusia provocó que los prorrusos intentaran organizar sublevaciones similares en otras regiones de Ucrania.

Sin embargo, tales tentativas cuajaron solo en Donetsk y Lugansk.

El mercenario Ígor Guirkin, que llegó a ser comandante en jefe de los destacamentos separatistas de Donetsk, ha reconocido en entrevista que el levantamiento de Crimea se produjo gracias a la intervención de sus hombres, que obligaron al Parlamento local a convocar el referéndum de independencia y a desgajarse de Kiev. Asegura Guirkin que las unidades rusas de la flota rusa del Mar Negro también propiciaron el golpe de mano, al igual que las tropas enviadas por Moscú a la península ocultando sus distintivos castrenses. El dirigente opositor ruso, Borís Nemtsov, sostiene que los partidarios de la incorporación a Rusia de Donetsk y Lugansk esperaban una actuación como la de Crimea por parte del Kremlin, pero que «Putin les traicionó».

«Moscú ayudó con tanques, armas ligeras, mercenarios e incluso tropas»

Los prorrusos empezaron a tomar edificios oficiales en Donetsk y Lugansk a comienzos de abril de 2014. Después, según el portavoz de las tropas ucranianas, Andréi Lisenko, «llegó la ayuda de Rusia en forma de mercenarios, armas ligeras, tanques, artillería, munición, especialistas militares e incluso tropas». Kiev tardó en enviar fuerzas para intentar aplastar la rebelión. No obstante, a finales de abril, la guerra era ya un hecho.

Desde entonces, la situación no ha dejado de deteriorarse entre infructuosos intentos de alto el fuego y periódicas carnicerías. Este sábado se reanudaron las negociaciones de paz en Minsk, pero terminaron en fracaso. Desde el inicio del conflicto, han sido continuas las violaciones de todos las precarias treguas alcanzadas. Y el sábado mismo, mientras se intentaba dar una oportunidad a la diplomacia, morían doce civiles en la ciudad de Debáltsevo, en el este de Ucrania, en plena línea del frente entre milicianos prorrusos y el Ejército ucraniano.

Cuando estalló el conflicto, en la primavera de 2014, los insurgentes soñaron con un rápido desenlace a su favor. Se atrincheraron en Slaviansk, Kramatorsk para extender desde allí el conflicto. Por aquel entonces, en Donetsk y Lugansk vivían casi ajenos a los acontecimientos. Salvo el paso esporádico de convoyes militares, nada hacía pensar que estas dos ciudades iban a sufrir un duro asedio. El Ejército ucraniano consiguió desalojar a las milicias separatistas de Slaviansk y Kramatorsk. Se llegó a pensar que Kiev tenía la victoria al alcance de la mano, pero los rebeldes se refugiaron en Donetsk y Lugansk, zonas urbanas donde sabían que no sería fácil darles caza.

Éxodo

El éxodo de población civil se intensificó, pero a los jubilados y a quienes no disponían de medios para marcharse no les quedó más remedio que aguantar. El Gobierno ucraniano cifra en 501.157 en número de desplazados. Los insurgentes se encargaron de dificultar la desbandada para tener «escudos humanos» en los que parapetarse, al tiempo que instalaron posiciones de fuego en viviendas abandonadas. Las bombas empezaron a caer. Y cayeron sobre parques, escuelas, paradas de autobús e incluso hospitales, causando la muerte de decenas de civiles en cada embate.

La guerra se ha extendido a la costa del mar de Azov, desde donde los separatistas pretenden abrir un pasillo hasta Crimea y la región rusa de Rostov del Don. El último episodio sangriento en la zona fue en el puerto de Mariúpol, donde 30 civiles perecieron tras un bombardeo rebelde.

La llegada del invierno ha agravado el sufrimiento de la población que sobrevive en Donetsk y Lugansk sin calefacción ni electricidad. Los que perdieron su casa se han visto obligados a instalarse en insalubres y gélidos sótanos, sin apenas comida, con escaso abrigo y ninguna esperanza.

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