Fachada del edifico que fue la sede histórica de Cervantes
Fachada del edifico que fue la sede histórica de Cervantes - Luis Ventoso

Los okupas se atrincheran en el antiguo Instituto Cervantes de Londres

El edificio, en el señorial barrio de Belgravia, es ahora propiedad de un magnate ruso

Corresponsal en Londres Actualizado: Guardar
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El pasado día 23, okupas londinenses abrieron una ventana y se colaron en el 102 de Eaton Square, en el prohibitivo barrio de Belgravia, un edificio protegido levantado en 1825 por la linajuda familia Grosvenor. Y allá siguen, acampados en la zona de las embajadas y a cinco minutos andando de Sloane Square, plaza que da apodo a una de las tribus más pijillas de Londres, los llamados «slonitas». Lo que ignoran los okupas es que se han metido en lo que desde 1946 hasta septiembre del año pasado fue la gran delegación cultural española en Londres, en cuyas estancias vivió en su día el poeta Luis Cernuda y donde ofrecieron conferencias las mayores figuras de las letras castellanas del siglo XX.

El actual dueño del edificio - con permiso de los okupas- es un opaco magnate ruso, Andrey Goncharenko. Lo compró por 18 millones de euros y quiere convertirlo en vivienda familiar, con piscina en el sótano incluida. A través de una empresa radicada en el paraíso fiscal de Gibraltar, MCA Shipping Ltd, ha denunciado a sus inesperados inquilinos y hoy se celebrará la vista en un tribunal de Londres.

Plutócrata secretista

Goncharenko, al que se relaciona con el mundo de la energía, la construcción y la banca, es un plutócrata secretista. Ni siquiera «Forbes» ha logrado ubicarlo bien, pero está llamando la atención en Londres por sus adquisiciones inmobiliarias. Ha comprado en solo tres años cuatro propiedades muy llamativas. La más estelar fue Hanover Lodge, por la que pagó 141 millones de euros en 2012, una de las mayores operaciones en el Reino Unido.

En la tarde del pasado sábado, los okupas anarquistas llamaron a la Policía denunciando que «fascistas enmascarados» estaban arrojando botellas y ladrillos a las ventanas del edificio. La verdad es que uno de los cristales está destrozado. Tras el incidente, han bunkerizado el edificio, con barricadas tras las ventanas y en la puerta principal. Aporreando la puerta nadie acude a responder, aunque se ve luz dentro. Finalmente aparece un okupa más bien orondo en una motocicleta de reparto de comida. Baja por una escalerilla angosta al sótano del edificio, donde lo espera una afable mujer sesentona con un gorro de lana. Siguiéndolos, nos permiten entrar en lo que hasta el pasado septiembre era el Instituto Cervantes de Londres. España abandonó entonces su histórica sede cultural y se trasladó al Strand, cerca de la City, debido a que durante las angustias de la crisis el Gobierno ordenó vender para hacer caja el inmueble tradicional de la institución.

Desde el Cervantes lamentan la degradación del edificio en solo cuatro meses y señalan que «preservamos esa mansión durante setenta años y la entregamos en perfectas condiciones». El interior del inmueble está completamente destartalado, con pancartas políticas, cajas de alimentos (tomates, arroz blanco, zumos), enseres personales por el suelo y fortificaciones en puertas y ventanas.

Los okupas se muestran un poco idos, pero cordiales y como en casa: «¿Te apetece un café?». Ante la higiene imperante, queda para «otro día». El movimiento se hace llamar Nación Autónoma de Anarquistas Libertarios, pero sus siglas en inglés son ANAL, por lo que un chiste malo y fácil surca por un segundo la mente española. Mientras ellos deambulan, empujamos la puerta donde el pasado verano ABC entrevistó al director de Instituto Cervantes. En el distinguido despacho que entonces ocupaba el doctor Julio Crespo MacLennan ahora hay un catre a medio hacer en el suelo, que mira a una librería noble que todavía sobrevive.

25 «inquilinos»

Los líderes de la okupación están afanados intentando meter un enorme sofá blanco de piel en la mansión, que se resiste a entrar por la puerta del sótano, empujado por un rasta poco mañoso. Así que hablamos con Holly, una veinteañera rubia de gafitas, peinado punki con parietales afeitados y tatuajes en unos brazos en manga corta, ajenos al enero londinense. «Es absurdo que este enorme edificio esté vacío y abandonado y que mientras haya gente que no tiene un techo en pleno invierno, personas que están durmiendo en la calle y a veces muriendo». Cuenta que están viviendo en la mansión «unas 25 personas» y que han acogido a algunas familias sin techo, incluido niños. Planean incluso proyectar películas.

¿Y qué pasa con los derechos de quién ha pagado una enorme cantidad de dinero por el inmueble? ¿No estamos en un país con un Estado de derecho, que tiene entre sus pilares la propiedad privada? Holly no es peleona: «Bueno, precisamente mañana [por hoy] habrá un juicio donde se verá todo eso», se limita a decir.

Entre quienes se han pasado por el edificio okupado está el célebre «hacker» británico Lauri Love, sobre el que pesa una orden de extradición a Estados Unidos, con petición de 99 años de cárcel por piratear al FBI y la Nasa. La ministra del Interior británica firmó su entrega el pasado noviembre, pero Love ha apelado. Su familia alega que padece el síndrome de Asperger y que una prisión estadounidense podría llevarlo al suicidio.

El año pasado el número de personas sin techo en Inglaterra subió un 16% y se calcula que son 4.000. La imagen de los mendigos durmiendo en calles de híper lujo como Knightsbrige, mientras las bolsas de marcas de lujo desfilan sobre sus sacos, es una de las más desconcertantes, repetidas y lacerantes de Londres.

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