Varias vallas delimitan uno de los carriles peatonales de la Gran Vía, ayer por la tarde
Varias vallas delimitan uno de los carriles peatonales de la Gran Vía, ayer por la tarde - ÓSCAR DEL POZO

La Policía, desbordada por el cierre del centro en Madrid: «Sabíamos que se iba a liar»

Conductores, peatones, comerciantes y agentes sufrieron las consecuencias de un cierre que dejó el centro colapsado

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El primer viernes del mes de diciembre no fue un día normal. Las previsiones halagüeñas que apuntaban un macropuente de oro para hosteleros y comerciantes quedaron desbaratadas por el colapso en tres de las arterias más importantes de la capital. Tras el cierre del Ayuntamiento al tráfico privado, la Gran Vía se convirtió en escenario de situaciones caóticas con protagonistas inesperados.

Pocos después de las 17 horas, Marcelo apenas podía avanzar con su coche por la plaza de Cibeles. «No quiero ir hacia la zona cortada, solo voy a Atocha, y así es imposible», explicó, con la resignación de quien ni siquiera se había enterado de las restricciones: «Es una pantomima, con las acercas anchas que tiene Madrid y estamos todos los vehículos atrapados».

La entrada a la calle de Alcalá desde el paseo de la Castellana pronto se convirtió en uno de los puntos más calientes. Un primer filtro en la glorieta, con dos filas de vallas y un reducido grupo de agentes de movilidad y policías municipales trataban de poner orden en la ratonera improvisada. «Si alguien me dice que va a trabajar, le voy a dejar pasar, no podemos estar cinco minutos pidiendo a cada conductor que explique con detenimiento hacia donde se dirige», indicó uno de los pocos policías que hacía labores de control, consciente de que la situación «se iba a liar un poco».

Medio kilómetro más arriba, una vez superado el segundo filtro a la entrada de la Gran Vía, los taxistas copaban casi por completo los carriles centrales habilitados. «Esto es horrible, han vallado parte de la carretera que está vacía y nosotros sin poder avanzar», bramó Jesús, a bordo de su taxi. En la misma fila, pero varios vehículos más atrás, Damián y Elena no sabían cómo habían acabado ahí. «Venimos de Murcia a pasar unos días y nos encontramos con esto. En Plaza de España nadie nos ha informado de que no podíamos entrar», relataron, mientras trataban de contactar con unos amigos que venían detrás siguiéndolos con el coche: «A ellos sí les han parado y ahora no sabemos dónde están». Desde su quiosco, Lara no ocultó su malestar por la restricción a los transportistas y señalaba que «se verán obligados a cambiar el reparto» para no quedar «desabastecidos».

La «improvisación» del plan por parte del Gobierno de Carmena fue una de las críticas más candentes. Una prueba de ello es la repentina actuación de los aparcamientos privados de la zona. En el de Mostenses, su responsable estaba totalmente desbordado: «Es un caos, la gente llega y no sabe qué hacer, hay que darles corriendo el número de identificación». En la misma línea se mostró José Gabriel Peña, presidente de la Asociación de Vecinos y Comerciantes de Universidad, quien no dudó en señalar la «nula previsión» ante una «situación inaudita».

Pero no todos estaban en contra. Miriam agradeció que los peatones tuvieran más espacio, aunque «es normal que algunos se molesten».

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