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Donald Trump: el niño grande, ante la apuesta de su vida

Una victoria en estas elecciones colmaría la mayor aspiración de Donald Trump, el jugador para el que no existe la palabra «derrota»

Corresponsal en Washington Actualizado: Guardar
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Cuando el 16 de junio de 2015 anunció su precandidatura a la presidencia de Estados Unidos por el Partido Republicano, el neoyorquino Donald Trump irrumpía como una novedad, como el outsider dispuesto a combatir a la política clásica y al establishment, un discurso que ha utilizado en la cresta de la creciente ola sobre la que navega viento en popa.

Pero la impresión extendida de que el magnate neoyorquino comparecía como fruto de un impulso repentino o una ocurrencia espontánea no puede ser más incierta. Desde las postrimerías del mandato de Ronald Reagan, allá por los años 80, el asalto al poder ha rondado la cabeza del millonario, y siempre con la Casa Blanca como gran objetivo. Su diferencia con el candidato tradicional, con el aficionado que busca en la política su forma de vida, es que el ambicioso Trump se plantea el reto como otra apuesta, otro desafío en el que sólo cabe ganar.

Es el jugador dispuesto a acumular un nuevo triunfo. En palabras de quienes mejor le conocen, el «niño grande» que nunca quiere perder.

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Donald John Trump (Queens, Nueva York, 1946) ha llegado con 70 años a la hora de la verdad, la de hacer realidad su aspiración, y difícilmente podría estar más cerca. El cuarto de los hijos de Fred Trump (y Mary Anne MacLeod), quien le enseñó todos los secretos del negocio inmobiliario en la Gran Manzana y de quien heredó parte de su fortuna, nunca se ha detenido en su camino hacia el éxito. Ni siquiera después de sus tres declaradas bancarrotas.

Lejos de Lincoln

Como saben sus compañeros de formación política, que lo sufren, el millonario se presenta por el Partido Republicano porque era su única vía. Pero poco tiene que ver con el tradicional pensamiento del partido de Abraham Lincoln y Ronald Reagan, y no digamos nada las esencias conservadoras que anidan en un importante sector del Grand Old Party (GOP).

«No es uno de los nuestros», es una de las frases más escuchadas entre los republicanos. Su diversificada forma de ver la política como un negocio, le llevó a financiar con idéntica determinación campañas de ambos partidos. Contribuyó a la de Ronald Reagan y apoyó la de Mitt Romney, pero ya para entonces había aportado fondos a campañas de los Clinton y demócratas locales. Después de protagonizar un intento fallido como candidato presidencial por el Partido de la Reforma, una suerte de alternativa a los partidos clásicos, con la que llegó a vencer en las primarias de California, se decantó por el Partido Republicano. Pero no llegó a concretar ninguna de sus opciones. Ni la de aspirante presidencial en 2004 o en 2012, ni la de candidato a gobernador del estado de Nueva York en 2006 y 2014.

«El aprendiz»

La opción, avalada por las encuestas, se le presentó en 2015. Años antes, se había servido de su magistral manejo de la televisión para ganar proyección como impulsor y conductor del programa «El aprendiz», en el que promocionaba talentos empresariales.

El altavoz le sirvió para ganar notoriedad, sobre todo con sus duras críticas al presidente Obama, de quien cuestionó haber nacido en Estados Unidos (requisito indispensable para ser presidente) así como su reconocida valía académica. Ahora, al calor de un Partido Republicano instalado en la radicalidad, el magnate, showman y jugador metido en política, Donald Trump, se hizo el hueco suficiente en las encuestas como para lanzarse a la carrera. En ella, acabaría con dieciséis rivales con el mismo estilo directo y provocador con el que ha creado su movimiento populista. La masa por la que se deja adorar.

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