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Cádiz CF-Valladolid (0-1): El Cádiz CF sufre su viernes 13

Mal sueño en una noche marcada por el error decisivo de Cifuentes y la precipitación de un equipo que se perdió en el caos

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Ortuño, cabizbajo, en el partido de la temporada pasada que ganó el Valladolid en Carranza.
Ortuño, cabizbajo, en el partido de la temporada pasada que ganó el Valladolid en Carranza.

Un viernes 13 de pesadilla. Un mal sueño. No todas las noches se acierta con la postura, y más cuando la manta se destapa en el instante inoportuno y deja los pinrreles al aire, congelados. Un error y desvelados. El de Cifuentes marcaba una noche desapacible, en la que se confirmaba el teorema nada científico pero sí empírico: cuando todo puede salir mal, sale fatal. O peor.

Hay días en que mejor no levantarse de la cama, y por fortuna este Cádiz CF viene descansado, con fuerzas. Los amarillos se reponían del inesperado contratiempo, el fallo grosero de su guardameta en un choque decidido por esa acción aislada, pero el transcurrir del tiempo les sumergió en una precipitación nada recomendable e inspirada desde el banquillo.

Queda el consuelo de que este equipo compite, siempre, y esta vez no mereció hincar la rodilla.

Duelo de errores

Eddy Silvestre y diez más. Cervera otorgaba confianza y galones al almeriense, sobre el que pivotaría gran parte del éxito o el fracaso de los amarillos frente al cuadro pucelano. Con Abdullah a su lado, el míster acondicionaba en la derecha a Salvi y Rubén adquiría mayor protagonismo más cerca de la sala de máquinas que de la línea de vanguardia.

Un duelo en viernes y en noche cerrada de cariz invernal fomenta la desconcentración, la falta de intensidad, espolea los errores. Los dos contendientes lucían sus armas desde el inicio: los blanquivioletas tocaban con velocidad en la medular y enseñaban el diente por la derecha de Villar y los locales salían fugaces con el balón en los pies, con la ligereza conocida.

El frío calaba los huesos, congelaba aún más a la frágil zaga vallisoletana. Única explicación para entender que la culebra Salvi saltara por encima de su par y cabeceara al larguero, y que acto seguido el arquero se durmiera en los laureles para deleite de un Ortuño que rozaba el gol.

Y de error grosero a uno de esos que se agarran a las tripas y se clavan en el corazón. Jordan avanzaba por el pico del área y su disparo centrado traspasaba el cuerpo fantasmagórico de Cifuentes, ultrajado de manera inesperada. Hasta el meta, salvador en tantas tardes, alzaba la palma de la mano para reclamar un perdón que le concedía Carranza de buen grado.

En un choque deslucido el Valladolid aprovechaba el fallo del rival, subsanado después por el mismo protagonista con una genial intervención a similar disparo de Mata. Entonces el propio Cádiz CF elevaba la temperatura, aupándose en su confianza para desarbolar a un adversario descolocado. Los pupilos de Cervera apretaban por las bandas y querían hundir la resistencia pucelana a cabezazos, pero los dos remates de Rubén Cruz a centro de Brian no encontraban las mallas por demérito propio y acierto ajeno.

En el camino a los vestuarios la reflexión comprendía que la fortuna, tantas veces aliada, resultaba ahora esquiva, aunque con la pólvora en ataque la historia podía voltearse.

El Cádiz CF mantenía esa marcha en el retorno al verde con el mismo desacierto. Perera recogía las órdenes del ser superior e ingresaba a Güiza para encomendarle otro milagro. El jerezano agitaba el choque nada más saltar y ocasionaba la mejor opción en una concatenación de errores de ambas escuadras.

Y el partido se quebraba. Ruptura brutal, como pocas veces ocurre. El conjunto gaditano contagiaba al enemigo con su anarquía y el caos se apoderaba de Carranza. En el desorden estaba cerca de pescar el cuadro de Paco Herrera pero Carpio se lanzaba al suelo para repeler su disparo.

Aún azuzaba más la contienda del míster amarillo al retirar a Abdullah y apostar por Aitor. Sin una estructura fija a la que agarrarse, bailando sobre el andamio sin red de seguridad, tocaba asirse a la calidad y velocidad en punta para igualar un choque torcido.

El Valladolid metía el encuentro en la nevera con la lesión del portero que frenaba durante cinco minutos el ímpetu local. Cervera daba una vuelta de tuerca más y cambiaba a Brian para dar entrada a Santamaría, con Alvarito terminando de lateral. Nada reconocible un Cádiz roto (quizás demasiado pronto), sin centro del campo y acumulación en ataque.

La precipitación conducía al error continuo. Centros sin rumbos, remates al aire. Desesperación, un equipo que perdía el norte y otro que se marchaba del sur con tres puntos de oro en su zurrón. A este Cádiz no le gustan los viernes.

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