El pescado frito es un clásico inevitable en la comida portátil en Cádiz. En la imagen, el freidor de Veedor. :: A. VÁZQUEZ
Sociedad

Once cosas que comer sin parar

Delicias para picar mientras se camina, sin detenerse, en la capital gaditana

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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Todos los que crecimos con ropa de marca falsificada o de mercadillo calé tardamos en enterarnos. Pero al fin supimos que 'pret à porter' significa «listo para llevar», «preparado para poner», así sin entretenerse, sin parar. Aunque la expresión recuerda más a revistas de moda, puede aplicarse al tapeo, al papeo, a la manduca, a lo de comer.

Los gaditanos, los andaluces, los mediterráneos o europeos del Sur, son más dados a la comida interminable, al almuerzo con aperitivo, prólogo, presentación, nudo, desenlace, sobremesa y copa sin prisa. Así disfrutamos, para qué engañarnos.

Pero a veces, muchas, no hay tiempo, no hay perras, o no hay ganas, o prefieres seguir camino para disfrutar de algún otro placer (un museo, un paisaje, un baño, un beso). Con estas delicias, puedes picar sin sentarte ni detenerte, como un turista en tu propia ciudad (se disfruta mucho) o porque lo eres. O para remedar uno de esos neoyorkinos, londinenses o parisinos que pican algo a la carrera, hot dog o café en vaso móvil, por la acera en una indeseable jornada laboral. En el mundo anglosajón, a estas cosas le llaman 'street food' o 'take away'. Aquí le llamaremos comer por la calle o le pones como te dé la gana. Lo importante es disfrutar.

Sea por lo que sea, placer o necesidad, aquí van once bocados para disfrutar sin parar, sin detenerse, mientras caminas, con una mano, así olvidas un rato el móvil. Excepto los dos primeros, gloriosos, incuestionables, radicales, todos van sin orden de preferencia.

El que no ha comido una empanada del gallego de la Catedral (apodo injustificado por cierto: es gaditano e hijo de cántabros) es como si no hubiera estado en Cádiz. Como si no hubiera vivido ¿Para qué ha venido a esta tierra, a este valle de lágrimas si no se consuela con ese sublime relleno sofrito cubierto de pan sagrado? Las mejores de la ciudad, la provincia y, por no exagerar, de la galaxia. La fastuosa obra de un antiguo talento matriarcal casi anónimo y, este sí, gallego. Distintos tamaños y formatos pero, como para comer por la calle con una servilleta, una de las charinis (nombre homenaje a la autora celta) pequeñas o medias (con hojaldre supremo en vez de masa) servirá. Luego caminas unos milímetros sobre el suelo. Esta pastelería está, justo, frente a la Catedral.

Sí, otra vez. Porque sí. Sin chocolate. Sin yema. Sin pamplinas, sin nada. Puro hojaldre. Uno de los mejores pasteleros de Andalucía, un francés formado en la Escuela del Ritz de París, dijo una vez que era el mejor que había probado jamás. Y habrá probado. Máximo, superlativo, pluscuamperfecto, ligero como una pluma, crujiente como el mejor encaje, musical en la boca, dulce al oído, sin empalago, jamás. Encima, es el más saludable e hipocalórico producto que puede comprarse en una pastelería, casi sin grasas. Esta palmera es una obra de arte aunque aquello es para llevarse el expositor entero: el fernandín, la lengua de obispo, las cañas... Recuerda, por si acabas de llegar de Plutón, frente a la Catedral. Venden tanto que resulta muy difícil que los productos no estén frescos.

Aunque esta casa chocolatera (presente en las tiendas para 'gourmands' más prestigiosas del mundo) tiene su laboratorio de negro, blanco y artesanía en Extramuros, cuenta con un pequeño establecimiento en el centro. Está en José del Toro, casi en la calle Ancha, donde se bifurca en dos cuestas. Entre su deliciosa oferta, en esencia y apariencia, destaca desde hace dos años el cruasán. Tiene un artístico toque mantecoso que ni Bertolucci con Marlon Brando. El justo. Asombroso equilibrio. Para disfrutar a secas. No está seco. La perfección no se toca. Desayuno, merienda, gula. Lo ofrecen en un carrito a las puertas. El mejor a este lado del Río Sena (y quizás al otro). Casi enfrente, en Valverde con José del Toro, en el maravilloso delicatessen El Bulevar, se pueden encontrar bolsitas de Tejas de Cien Palacios, una suerte de galletita finísima, pasta crujiente, con almendra fileteada. Típica de El Puerto de Santa María.

De todas las papas fritas artesanas, en rodajas, de perol y papelón, de las mejores de la (pequeña) ciudad. Esquivan el peligro de ser grasientas con una fritura cuidadosa en tu cara, muchas horas de vuelo del autor y buen aceite de circulación frecuente. Hay gente que recorre decenas de metros (en Cádiz es mucha distancia) para buscarlas. Tiene dos tiendas, una en la plaza viñera homónima y otra en Extramuros, en la calle Escalzo (junto a Plaza de San José). Merece la pena separarse de la avenida o el Paseo Marítimo esos 200 metros por catarlas. Y son la mar de portátiles. Y, obviamente, no son ni caras.

Pioneros del freidor de diseño, el cartucho, como el local, ya es una delicia. El envase retro para llevar imita el papel y es cartón impermeable. Los animales de siempre, los peces y moluscos de toda la vida, tratados como nunca. Aceite de aceituna con pedigrí, más que pureza, y para un solo frito. También croquetas. Los precios son algo más caros que la media, como la materia prima y el tratamiento, pero muy asequibles. En Plocia, junto a la iglesia de Santo Domingo, domicilio de la Patrona de Cádiz, la inminente Virgen del Rosario. El más tradicional pescado frito (el diminutivo no es obligatorio aunque sea usted turista) también en Veedor y en Las Flores . Los dos en la calle y plaza homónimas, respectivamente. Ambos tienen muchos adeptos lugareños y visitantes.

6. Fruta portátil de Frutal

La Organización Mundial de la Salud le debe un premio a Juancho. Su elixir natural de naranja las conserva hasta 72 horas. Tarrinas de exquisitas frutas cortadas y preparadas, hasta las pepitas les quita (como dijera el gran Pepe Monforte). Se llaman Frutal. Dosis individuales con su tenedor mínimo, listas para tomar. Son macedonias que cambian según temporada. Igual tocan los mejores tropezones de melocotón que bolas de melón o sandía, grosella, mango, lo que tercie porque selecciona lo mejor de la lonja. En Las Nieves, un delicioso bar, con un siglo de vida y una preciosa terraza de aire toscano (sólo estropeada por el tráfico) las venden y por un precio de risa para tanta salud. Está en la plaza de Vargas Ponce, a metros de Canalejas y la calle San Francisco. Sólo se distribuyen lunes y jueves. En el Mercado Central, otra delicia, pura vida fresca, en El Summum, pero con la fruta licuada frente a tus ojos. Zumos divertidos para grandes y mayores en un vaso cubierto, listo para pasear con pajita.

Los golosos del mundo que por un casual vivan en Cádiz o pasen por esta ciudad tienen muchos motivos para dejarse caer por Le Poeme, vamos a casa de Marie, pastelería imprescindible. Está en Alcalá Galiano (alias, calle Londres), junto al Mercado Central. De todo lo bueno que ofrecen, lo más cómodo para llevar pueden ser los macarons, ese prodigio equidistante entre galleta y masa, entre bollo y pasta, con forma de miniburger de colorines. Hasta de cinco sabores. Redondos en sabor, textura y forma. Para no parar. Y rodar, rodar, rodar.

Hay muchos puestos ambulantes por todo el casco antiguo pero los que más garantías higiénicas ofrecen pueden ser los situados en la Plaza de Mina, en la muy cervecera esquina con Zorrilla. Los que gusten de sabores marinos que no precisan ser pelados, pueden coger un cartucho y pasearlo, despacito por la Alameda Apodaca. Estos vendedores son los mismos vendedores que sirven por la playa y suelen estar con todos los papeles en regla, con su producto controlado. Con los erizos y los ostiones, sea o no Carnaval, ya no me atrevería yo en otras esquinas. Depende el cariño que le tengas a la flora (intestinal).

Que no porras. Para desayunar o merendar. Por la mañana, en festivos, cola garantizada. Todo a la vista y un sabor único. La Guapa (calle Libertad, la que rodea el Mercado Central) es la que tiene más fama. Hay un infinito debate abierto en la ciudad sobre si son los mejores o no. Yo voto que sí, pero sin puñetera idea. Hay grandes churrerías en San Fernando (patria universal de la fritura cualesquiera), en Puerto Real, Jerez y en otras zonas de Cádiz pero los de aquí son un clásico, un must, una especie de ritual, de peregrinación obligatoria. En Le Poeme (véase punto 7) dejan que te sientes con ellos pero lo normal es pasearlos. Cuando los compras para llevarlos a casa, nunca llegan ni la mitad de los que salieron del mostrador.

En el podio de las mejores de la vieja y diminuta ciudad, junto a las de Argendarte (Mercado Central) y Mesón de las Américas (calle Ramón y Cajal) están las de La Milonguita. Es un local pequeño en una calle poco comercial, Santa María de la Cabeza. Desemboca en la avenida principal de Cádiz, frente al único Telepizza, por orientarse. Surtido largo y atrevido, elaboración casera, esencia gaucha y criolla, autenticidad a 12.000 kilómetros con algún guiño a ingredientes de la provincia. Varias, para estómagos recios. Cualquier porción de empanada, o despanada, de Antonia Butrón (tres locales en la ciudad) también es una buena compañía para el paseo. Son más del gusto hispano-gallego.

Cuidado que en cada región significa una cosa distinta, como churrasco, que es una pieza u otra de carne según el país o la comarca. En Cádiz, los chicharrones que no llevan el apellido «especiales» (esos son los cortados en lonchitas) van en un buen papelón. Son bloques de carne de cerdo frita en manteca colorada (todo muy macrobiótico). Es un aperitivo casi obligatorio entre tradicionales. La versión cochina de los bastones de fuet o los tacos de jamón modesto. Grasientos, sin mentirnos. Un endocrino los detestaría. Un goloso, no. Si te pasas, ya no podrás almorzar. Cuando están frescos y bien hechos, hasta calentitos, provocan el éxtasis en los carnívoros cerdófilos. En el Mercado Central los venden en una docena de puestos. De los mejores, en el primero a la izquierda entrando por la puerta frente a Carrefour.