Economia

En África no es oro todo lo que reluce

Oscurecidas por el petróleo o los minerales, el continente ofrece también exportaciones alternativas como flores, vino, especias y pescado

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El ejercicio roza el absoluto simplismo. Piense en las principales exportaciones de materias primas que el continente africano destina hacia la Unión Europea. Quizá le vengan a la cabeza petróleo, diamantes o piedras preciosas -de los 54 países con los que cuenta el continente, tan solo cinco no producen o realizan excavaciones para obtener crudo- o incluso, tal vez, productos como el cacao, la madera o el algodón.

O, quizá, ninguno de ellos. Porque también hay alternativas, aunque menos conocidas. En la actualidad, Kenia, por ejemplo, es el mayor exportador mundial de flores hacia el territorio europeo, con cerca de 122.000 toneladas en 2011.

No en vano, la industria de la floricultura deja cerca de 400 millones de euros anuales en las dañadas arcas de ese Estado africano gracias, sobre todo, a la reciente depreciación del chelín keniano. Y es que el referido producto se encuentra asegurado en dólares, por lo que los agricultores reciben mayores ganancias cuando convierten su divisa de vuelta a Kenia.

«Nuestros principales puertos de entrada son Holanda, Reino Unido, Alemania, Francia y Suiza», destaca Winnie Muya, portavoz del Consejo keniano de flores, quien apunta que Europa importa desde Kenia el 35% de todos sus brotes. No resulta extraño, por tanto, que durante el colapso de los aeropuertos internacionales en 2010 debido a la erupción del volcán islandés Eyjafjallajökull, la Unión Europea sufriera una carestía de flores durante meses, ante la incapacidad para realizar los envíos.

Eso sí, los afectados por aquella paralización no solo fueron los seguidores incondicionales de Cupido. «En Kenia, alrededor de 100.000 agricultores trabajan de forma directa en el negocio, con cerca de 1,2 millones de personas que derivan su sustento diario de esta industria», destaca Muya.

Pero, al margen de cifras y tras disfrutar una noche de rosas, qué mejor que acompañar la velada económica con vino. Con cerca de 100.000 hectáreas dedicadas solo al cultivo de vides, Sudáfrica cuenta con una de las mayores superficies del mundo para la producción de tan alcohólica sangre.

Así, solo en el periodo 1998-2010, el número de exportaciones de dicho producto se disparó un 200%, siendo Reino Unido el principal mercado para el vino sudafricano ya empaquetado, con cerca de 100 millones de euros en ganancias, contando solo el gasto hecho por los consumidores británicos.

¿El nuevo horizonte? China, donde se espera que el próximo año las exportaciones de ese vino aumenten, al menos, un 71% -a día de hoy, el lejano Oriente recibe 2,8 millones de botellas- gracias al acuerdo de la región vinícola de Franschhoek, en el Cabo Occidental, para la producción de una nueva marca destinada en exclusiva al mercado asiático: L'hugonote.

«El vino sudafricano comienza a verse en el mundo como una primera opción de calidad, y no una simple alternativa a los caldos europeos o californianos», destaca el analista Ryan Khumalo.

De monopolio a potencia

No menos internacional, aunque sí con mayor pasado histórico, resulta el negocio siguiente. Introducida en 1871, la flor de la vainilla es una de las principales exportaciones de Madagascar. Sobre todo, de la ciudad de Antalaha, conocida como «la meca de la vainilla» por su potencial para este cultivo.

No resulta extraño. Desde esta localidad se exporta cerca del 30% de la producción mundial (1.900 toneladas, según números de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura). Cifras, eso sí, ciertamente alejadas de las de principios de siglo, cuando la población malgache monopolizaba el 70% del comercio de dicha especia debido al buen clima y suelo fértil del que goza la isla.

Introducidas las primeras exportaciones, quizá el lector acuse al que suscribe de haber elegido las potencias regionales (económicas o por envergadura) para demostrar su tesis de exportaciones alternativas. Pese a ello, son otros dos países al margen de los anteriores quienes escenifican a la perfección que conflictividad y escaso tamaño no son inconvenientes para garantizar una vía de escape al petróleo.

Mientras que la pequeña isla de Seychelles (apenas 450 kilómetros cuadrados) es uno de los mayores exportadores mundiales de atún enlatado (en una industria que crece al 5% anual), la dilapidada Somalia cuenta con una curiosa forma de autofinanciación dentro, eso sí, de una cierta ilegalidad.

Solo en 2011, y desde el puerto de Kismayo, la milicia islamista de Al Shabab generó -según fuentes gubernamentales- más de 25 millones de dólares (con un incremento cercano al 50% con respecto al año anterior) gracias al monopolio con el que cuenta este grupo en la exportación del carbón vegetal que se dirige hacia los países del Consejo de Cooperación del Golfo.

De igual forma, y pese a que hace casi un año el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas prohibió esas exportaciones, a día de hoy continúa siendo la principal fuente de ingresos de la milicia. Sobre todo, gracias al 'laissez-faire (dejar hacer)' de dos de los principales importadores de esta mercancía y, a su vez, potencias mundiales del crudo: Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí. Porque, guste o no, en ocasiones resulta complicado huir de ciertos negocios.