Quino, junto a Mafalda. / Archivo

«Hay quien se ofende cuando digo que Mafalda sólo es un dibujo»

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Es tremendamente cortés. Tanto que lleva más de 30 años hablando sin inmutarse de un personaje que, pese al mundo, él ya dio por finito hace todo ese tiempo. Mafalda le persigue y Joaquín Salvador Lavado, Quino para todas sus tiras cómicas, no echa a correr. Este hijo argentino de andaluces, se queda tranquilo y regresa con dulzura a sus primeros trazos como si no lo hubiera hecho millones de veces. Admite órdenes fotográficas para tocar el pelo de su muñeca, trasladada del papel al Salón del Libro Iberoamericano para festejarla en tres dimensiones. Se sienta a su vera, la redibuja en una pizarra con un único reclamo («¿no tendré que colorear de negro todo el pelo verdad?») y firma en decenas de prólogos de su mordaz niña bonaerense, pese a que no entiende cuál es el objeto de un autógrafo. Y todo con 73 años cumplidos y absoluta paciencia.

–Mafalda nace un buen día de la primavera de 1962 ¿fue un parto difícil?

–Sí, lo fue. Me costó mucho porque nunca había hecho un personaje fijo y con directrices concretas. Tenía fines publicitarios y debía parecerse a aquel niño Carlitos, ya sabe el amigo de Snoopy. Eso lo hacía muy complicado para mí.

–¿Y cómo se convierte un anuncio publicitario en la conciencia de varias generaciones?

–Fue algo totalmente incontrolado. La intención de los anunciantes era caer en los periódicos sin pagar por ello, con la disculpa de que se trataba de una publicidad subliminal. La madre de Mafalda abría un frigorífico de una marca determinada y nadie decía más de esa marca.

Pero no coló, lo que me convirtió en el autor de una docena de tiras que esperaban suerte en un cajón, hasta que un amigo me introdujo en un periódico de vocación político cultural, donde empezó la verdadera Mafalda. Y no se crea que no fue difícil porque no la conocía de nada, no me había dado tiempo a darle una identidad. El reto era darle de golpe unas características y decidí, a través de ella, hacer las preguntas que se haría cualquier niña que le dicen ‘sé buena’ y comprueba en los noticieros que los adultos que se lo exigen no lo son.

–Fueron, imagino, sus propias preguntas.

–Por supuesto. Lo fueron y lo siguen siendo todavía hoy. No he logrado darles respuesta.

–¿Por qué eligió un personaje femenino y por qué un personaje de tan corta edad?

–Mujer, porque estoy convencido de que las chicas son mucho más espabiladas. Y niña porque está claro que las cosas más interesantes las dice la gente pequeña. No se puede imaginar qué cartas recibo de niñas de corta edad, qué cosas me dicen.

–Para el mundo Mafalda es tal real que cuando los dibujos tomaron forma televisiva la gente la rechazó. Decían que la voz elegida no era la de ella. A usted, sin embargo, le extraña todo esto y vindica su irrealidad.

–Lo curioso es que hay gente a la que le ofende que yo recuerde que Mafalda es sólo un dibujo. Yo sólo soy un carpintero al que le ha salido bien un mueble. Me cuesta tanto admitir la admiración a esos niveles como me cuesta entender qué tiene de interesante mi firma o la firma de cualquier autor.

–Sin embargo, no se niega cuando le piden un autógrafo.

–Sería muy descortés hacerlo. Sobre todo si estás en una feria y tu compañero rubrica libros con vehemencia y felicidad. Pero no lo entiendo, yo de un autor quiero su obra, no las letras de su nombre.

–Nunca ha negado que en Mafalda hay mucho de usted. ¿Además de las preguntas sobre el mundo, qué le ha prestado de sí mismo?

–El sufrimiento por las injusticias sociales. Igual que ella yo no puedo soportar las diferencias y aún me sigue obsesionando, por ejemplo, lo que hicieron los nazis. Le confieso que todavía tengo pesadillas con ese tema. Por otro lado, es indudable que su sentido del humor es mi sentido del humor.

–¿Y en Miguelito? ¿qué hay suyo?

–Esa tendencia a hacerse preguntas inútiles como por qué vuela una mosca.

–Felipe.

–La timidez enfermiza, su sufrimiento escolar. Yo también lo pasé fatal en el colegio.

–Susanita es repelente, ¿admite un parentesco?

–No puedo evitar como ella entrometerme en cosas ajenas. Me gustan tanto los chismes que, a veces, pierdo mi parada en el autobús por escuchar una conversación.

–¿Y Manolito?

–Me parezco a él en lo torpe que es, pero, además, he de confesar que tiene algunas cosas que yo hubiera querido tener, como su capacidad para manejar el dinero. Soy un auténtico desastre en ese sentido.

–¿Libertad?

–Es una broma muy linda. Un personaje tremendamente pequeño como la falta de aquello que le da nombre. Lo mejor de Libertad es que me llevó a concentrar en sentencias muy simples un nivel de contradicción que hoy todavía me sorprende. Se acuerda cuando Libertad comenta que el problema de nuestro país (Argentina) es que vivimos copiando las cosas del extranjero, cuando lo que deberíamos hacer es ser como los extranjeros para no tener que copiar a otro país.

–¿Qué me dice de Guille?

–No tiene nada de mí, pero sí de un sobrino mío, hoy flautista, que entonces tenía su edad. Me fije en sus gestos desenfadados y en su manera de moverse y hablar.

–Se que lo ha dicho mil y una veces o más, pero ¿por qué ya no está Mafalda en su mesa de trabajo?

–La abandoné en honor a una idea de honestidad, en honor al Picasso más irrepetible. Siempre le he admirado y lo he hecho porque no paró de trabajar y nunca sacó más partido de una idea del que esa idea tenía. Botero, por ejemplo, me gusta, pero es siempre el mismo. Y es que cuando eres joven crees que tienes mil ideas, pero al hacerte mayor te das cuenta de que sólo tienes cinco y la mayoría de la gente se pasa la vida dando vueltas a esas cinco. Fijese en los arquitectos.No paran de hacer lo mismo. Yo me negué a eso.

–Sus tiras han sido publicadas en todos los idiomas ¿Cree que se puede traducir su trabajo manteniendo el espíritu?

–La primera vez que Mafalda salió del mundo hispanohablante fue en una edición pirata china, por cierto publicada por un editor inglés. Fui el primero en preguntarme cómo mi trabajo podía interesar allí. Luego, viendo una película china, comprendí que todos tenemos los mismos problemas.

–Tengo entendido que no le gusta definir su trabajo como arte ¿es así?

–Creo que, en realidad, soy un artesano no un artista. De todos modos, cuando hablo con la gente me refiero al arte porque es más fácil. Creo que todo el mundo lo entiende mejor así. En el fondo no me preocupa demasiado.

–Sus tiras tienen mucho de montaje cinematográfico ¿es quizá el cine una de las artes que más le ha alimentado?

–Iba al cine con sólo ocho años. Se puede decir que he conocido la realidad del mundo por los documentales previos a las películas y desde luego hay mucho de su manera de crear en mi forma de hacer. He aprendido de todos, de John Ford, Bergman... Pero también de Keaton y Chaplin. De mi admiración por el cine mudo nacieron, precisamente, mis tiras mudas. Aquellas que marcaron la mayor parte del tiempo anterior a Mafalda. Además, solía quitar el sonido a algunas películas para saber si era capaz de entender sin palabras lo que pasaba. Fue mi manera de aprender a comunicarme en un dibujo sin palabras.

Sobre los premios

–Hablando de comunicarse. Fue candidato al Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades ¿se vio con el galardón en la mano o no le preocupó?

–Sí, me preocupó, pero en el sentido de que no me hubiera gustado nada recibir el Premio Príncipe de Asturias. En estos momentos, me hubiera aportado más problemas que placer.

–Le han tachado de pesimista acérrimo. ¿Lo es?

–Que va. Soy un verdadero realista.

–¿Qué le parece que un certamen literario como el Salón del Libro se centre en el humor y le convierta en estrella?

–Dicen que soy un escritor que dibuja por tanto creo que este puede ser también mi sitio. Estoy muy cómodo aquí. Además me gusta esta ciudad a la que he venido ya en tres ocasiones (Festival de Cine y Salón del Cómic, son las anteriores). Le puedo decir también que en este viaje he paseado toda la ciudad y no he paseado nada el Salón.

–Más de 50 años ya trabajando. Quino es hoy más...

–Cínico, un poco más culto, porque he leído más, he escuchado más y he visto más. Pero también soy un poco menos tímido que hace 50 años.