MAR ADENTRO

Un Cubano en Cádiz

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Si quieren que les diga mi verdad, no es tanto por los baluartes, ni por ese olor del sol cuando se entremezcla con la fiesta y los licores. Ni tal vez por esa luz, con un grado más, que distinguió allí Federico García Lorca no más llegar. Ni por los negritos, ni por el salero: La Habana y Cádiz se parecen por un raro compás de mareas, de vaivenes de sentinas llenas de vino, de doblones y de especias. Hay un mismo ritmo guajiro que lleva desde el Callejón de los negros a la calle del Obispo. Y entre ambos mundos, vive Alejo Martínez, uno de esos habaneros de Cádiz o, viene a ser lo mismo, uno de esos gaditanos de La Habana.

Ambas, quizá no se percaten, son ciudades acostumbradas a la generosidad, que cuando no dan conversación regalan barquillos de canela, habitaciones con vistas a una decadencia gloriosa, jovenzuelos brincando por playas y malecones, bateas de emociones en cada esquina. Así que no se extrañen que Alejo y su Paloma Ramírez, a caballo entre el Morro y Santa Catalina, lleven media vida regalando canciones, que vienen a ser relatos con banda sonora que parecen durar tres minutos pero que en verdad-verdad suelen quedarse en los corazones para toda la vida. Y lo mismo nos cuentan vidas en desorden que santos que desaparecen de su hornacina, siguiendo los pasos de una niña hermosa. Sus textos y sus partituras, los han ido repartiendo en voces bien diversas desde Pasión Vega a Tontxu, desde Pastora Soler a Mónica Molina.

Ahora, sin embargo, le ha tocado la hora de encerrarse en un estudio -que a su vez le ha brindado la mano abierta de Javier Ruibal- para dejar constancia de una voz que sabe a amaneceres de puerto, una música que se deja mecer por los bajíos y unas letras que hablan de continentes que se abrazan en mitad de la historia o de niños que juegan en el ojo de ese huracán al que llamamos vida. Esta misma noche, Alejo Martínez presentará en el Pay-Pay un disco claramente heroico que titula El rumbo de tus pasos. Y en sus acordes, más allá de unos títulos concretos, de unas historias que llevan el nombre y los apellidos del ser humano, el cantante nos desglosará su propia memoria privada, su corazón nómada, esa rara pericia para haber forjado un estilo propio a partir de todas las canciones que han ido decantándose en su alma: las de Ivan Lins o las de The Beatles, como él confiesa, las de Tom Jobim, Joao Gilberto, Djavan, Chicago, Billy Joel, James Taylor, Carole King, Claire Fisher, Chick Corea, Wether Report, las baladas de Simon & Garfunkel, Pedro Luis Ferrer, Jacko Pastorious, Uzeb, el tango imprescindible de Santos Diescepolo -él considera Cambalache como la mejor canción de todos los tiempos-. Pero también Chico Buarque, al que llama «maestro de maestros», los poemas de Silvio, el ejemplo de Pablo Milanés, el luto por Jacques Brel y un hilo musical tan heterodoxo que lo mismo lleva a Nino Rota que a Ennio Morricone, pero también a Elis Regina «que nos dejó huerfanos de belleza, pero cada día canta mejor».

Yo les recomiendo que acudan a oírlo: a partir de las diez de la noche el Atlántico entrará pro las rendijas del mítico bar de la calle Silencio. O les recomiendo que compren su disco o se lo bajen de ese raro internet que son los recuerdos, esa remembranza cómplice que, a pesar de los pesares, con bloqueo o sin bloqueo, sigue uniéndonos a gaditanos y a habaneros, a andaluces y a cubanos.

Mucho antes que veleros y vapores, que latifundios y caña de azúcar, mucho antes del imperio y de los otros imperialismos, de la revolución y de las pesadillas, de los periodos especiales y de lo especiales que somos, fuimos, sencillamente letra y música. Alma, corazón y vida. Como Alejo Martínez.