cultura

'Cádiz' por Álvaro Mutis

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Después de tanto tiempo, vastas edades,

siglos, migraciones allí sorprendidas

frente al vocerío de las aguas sin límite

y asentadas en su espera

hasta confundirse con el polvo calcáreo,

hasta no dejar otra huella que sus muertos

vestidos con abigarrados ornamentos

de origen incierto, escarabajos egipcios,

pomos con ungüentos fenicios,

armas de la Hélade, coronas etruscas,

después de tales cosas, la piedra

ha venido a ser una presencia

de albas porosidades, laberintos minúsculos,

ruinas de minuciosa pequeñez,

de brevedad sin término,

y así las paredes, los patios, las murallas,

los más secretos rincones, el aire mismo

en su labrada transparencia también

horadado por el tiempo, la luz y sus criaturas.

Y llego a este lugar y sé que desde siempre

ha sido el centro intocado del que manan

mis sueños, la absorta savia

de mis más secretos territorios,

reinos que recorro, solitario destejedor

de sus misterios, señor de la luz que los devora,

herencia sobre la cual los hombres

no tienen ni la más leve noticia,

ni la menor parcela de dominio.

Y en el patio donde jugaron mis abuelos,

con su pozo modesto y sus altos muros

labrados como madréporas sin edad,

en la casa de la calle de Capuchinos

me ha sido revelada de nuevo y para siempre

la oculta cifra de mi nombre,

el secreto de mi sangre, la voz de los míos.

Yo nombro ahora este puerto que el sol

y la sal edificaron para ganarle al tiempo

una extensa porción de sus comarcas

y digo Cádiz para poner en regla mi vigilia

para que nada ni nadie intente en vano

desheredarme una vez más de lo que sido

«el reino que estaba para mí».