la última

El amor es cosa de dos

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Está demostrado, ni el sistema métrico decimal ni el complicado batiburrillo en la forma de calcular anglosajona sirven para medir los sentimientos. Ni el amor, ni el cariño, ni la pasión, ni siquiera la ira, el miedo o el odio, se pueden medir.

¿Cuánto se puede llegar a querer? ¿Quieren más los padres y madres con muchos hijos que aquellos que sólo han decidido procrear un solo vástago? ¿Se puede querer de varias maneras? ¿Existe una edad en la que ya no se puede descubrir otras formas de amar?

Posiblemente cada cual tenga su respuesta.

Existe el primer amor, ese que no olvidaremos nunca. Amores paternos, maternales, filiales. Amores tiernos, declarados, platónicos. Amores de juventud, fraternales, locos. Amores apasionados, fugaces, a primera vista. Amores eternos, secretos, seductores. Amores traicionados, secuestrados, que matan. El amor de tu vida. Amores de última hora, ocultos, que se disfrutan en la intimidad. Amores perversos, lujuriosos, místicos. Por existir, existe hasta el amor propio.

Pasada una edad uno puede pensar que ningún amor podrá sorprenderle, que su capacidad de asombro está a prueba de todo. Ya nada le hará sentir ese cosquilleo que le sobresaltó cuando vio por primera vez unos ojos, que sin pudor, se le clavaron en la mirada. Pensar que todo está visto es una premisa falsa.

Ahora es el momento de aprender nuevos lenguajes, de apreciar sonrisas y gestos. Nada se puede comparar con ese primer gorgorito que se traduce en el inicial ¡ajó! Comprobar que el rostro de ese pequeño interlocutor es el mejor espejo de nuestro estado de ánimo nos deja al descubierto. Recordaremos historias y cuentos que creíamos enterrados. Nuestra infancia y la de nuestros hijos se cuelan sin sentir por detrás de nuestra retina. Conseguiremos entresacar de la memoria relatos que creíamos perdidos. Adoptaremos posturas para las que no nos creíamos capacitados. Haremos cosas ridículas de las que no nos avergonzaremos. Nuestra imaginación será capaz de retroceder lustros y de sentirse joven. Es como si una nueva juventud irrumpiera de repente. Esa inyección de vitalidad será nuestro mejor tratamiento rejuvenecedor. Recuperaremos canciones, juegos abandonados en el desván de nuestras remembranzas. Cambiaremos nuestros gustos literarios y cinematográficos, Pocoyo será nuestro ídolo. Nos iniciaremos en jergas ininteligibles. Se nos caerá la baba más allá de lo razonable. Modificaremos nuestros rígidos horarios, incluso los fines de semana. Nuestros espacios de intimidad pasarán a ser propiedad de ellos. Desde estos momentos la rutina quedará aparcada para mejor momento. Frecuentaremos espacios lúdicos, parques y plazas que hacía años no visitábamos. Aprenderemos a sufrir por motivos pasados de moda. Aprovecharemos las nuevas tecnologías para intentar aburrir a la audiencia con fotos, vídeos y aplicaciones insospechadas. Ya nada volverá a ser igual, nuestra vida habrá cambiado para siempre.

El amor es cosa de dos,… Diego y Marco.