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Arriba y abajo

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Corrían otros tiempos. Disponer de un televisor de tamaño mastodóntico, pero en color, era un lujo al alcance de pocos. La mayoría se tenía que conformar con las imágenes en blanco y negro. Fue una de las primeras series que consiguieron enganchar a la audiencia. En la década de los setenta, los episodios de ‘Arriba y Abajo’ copaban el interés de todos. Esta serie británica, de género costumbrista, relataba las peripecias de una familia británica, de alta ralea, que convivía en su mansión con la servidumbre, liderada por el mayordomo Hudson.

Siempre ha sido así y nunca cambiará. Los de arriba y los de abajo. Los del norte y los del sur. Los ricos y los pobres. Unos con el poder y otros poniendo la fuerza y el sacrificio. Todos los sures se parecen. Todos los nortes ostenta el poder de su brújula, que no deja de ser otro que el interés económico.

Ahora tenemos elecciones, anticipadas por auténtico interés político, en las tres comunidades del norte, las que se consideran históricas, en esas que existe ese sentimiento del independentismo, que no es más que el nacionalismo rancio y caduco, y que para más señas suele ser de los más conservador y reaccionario.

Hasta en cuestiones de protocolo salimos perdiendo los del sur. En la reunión del presidente del Gobierno del Estado Español, éste estaba flanqueado por vascos y catalanes, esos que reniegan de su ciudadanía española. En cambio a los del sur, la comunidad autónoma más poblada y la segunda en extensión, esa que exporta más que ninguna otra, pero que no es sede de ninguna de las grandes empresas multinacionales y que por lo tanto no pagan sus impuestos aquí, nos tocó un lugar sin privilegios.

En los momentos en que aunar esfuerzos es la única solución para salir del atolladero, en tiempos en los que la salida pasa por las grandes fusiones entre empresas, bancos y corporaciones para sumar esfuerzos, cuando la solución pasa por la integración, cuando nuestros jóvenes deben emigrar a países lejanos, nos salen con el secesionismo.

Los políticos se caracterizan por crear problemas a la ciudadanía más que por aportarles soluciones. Son magos en la elaboración de cortinas de humos para distraer a la muchedumbre incauta de los verdaderos problemas que le aquejan. Las encuestas así lo demuestran menos de cinco por ciento de los ciudadanos de las comunidades consideradas como históricas consideran la independencia como un problema a tener en cuenta. Les preocupa el paro, la pérdida de derechos, la precariedad económica, la pérdida de credibilidad en las instituciones públicas y en la clase política, el futuro negro que se cierne sobre nuestro pobre país.

Qué razón tenía Don Miguel de Unamuno, «El nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando».