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'IL TEMPIETTO'

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El magno trabajo que Umberto Eco ha realizado sobre la belleza, disipa cualquier duda sobre la insoslayable necesidad que los seres humanos tenemos de conquistar la belleza y la bondad. Más que un anhelo objetivo supone ser una tendencia subjetiva, una especie de barrunto ético, estético y moral, muy condicionado por la educación plástica y la formación ética; en suma, por la educación y la atmósfera estética ambientales. Por antinomia, igual sucede con la fealdad, si bien la deriva hacia la fealdad estilística suele ser transitoria; modista. Así, la búsqueda de la belleza como práctica habitual supone en algunos casos genuinas conquistas sociales, propias de las naciones educadas en materias humanísticas. Pero, además, para que estas buenas prácticas educativas se conviertan en sistémicas se requiere contar con ejemplos y modelos ilustrativos y, de ser posible, replicables gracias al magisterio y a la emulación escolástica.

Tomado como pauta protocolaria, ‘Il tempietto di Bramante’ es el ejemplo emblemático de manifiesto arquitectónico, en su caso del clasicismo renacentista, pero paradójicamente no podríamos considerarlo un modelo, pues Donato Bramante (1444-1514) encastró materialmente la joya de su templete en medio de un claustro prexistente sin respetar el diálogo espacial ni las escalas, lo que, por cierto y pese a ello, no merma un ápice su prodigiosa belleza canónica. Alivia pensar que a lo mejor ese desequilibrio fuera fruto de un caso de obediencia debida a los Reyes Católicos o al Papa Julio II, copatronos del encargo. Pudiera servir sin embargo como ejemplo y modelo de actuación el Teatro Olímpico, obra de Andrea Palladio (1508-1580) y Scamozzi. Ambos pequeños ejercicios de prodigioso talento bien pueden dar sentido a un viaje específico a Roma o a Vicenza.

Estas obras de arte tan altamente comprometidas con la belleza, con la armonía y el equilibrio, responden siempre a criterios artesanos de perfección, de exactitud, disciplinas todas de matiz altruista al servicio de la obra matriz rutilante. Extrapolando este nivel de perfeccionismo artesanal al medio de las ciudades, lógicamente aquellas de pequeño formato, como Lugano, Brujas, Lübeck, o Cádiz, pudiéramos decir que requieren de un mayor esmero en los detalles, en los pormenores. En aquellos elementos que las dotan de personalidad y carácter distintivos.

Cádiz da gloria pasearla de noche, pues la piadosa iluminación eléctrica evita que se constaten los descuidos, la falta de detalle, la ausencia de pulcritud que merece la joya; la ingente presencia de testimonios de inculto vandalismo fratricida. La indulgente noche quiere quitarle yerro a esta estética de ciudad arruinada, de ciudad del comercio sin comercio, de monumento ajado, sin que ello menosprecie los esfuerzos de muchos por intentar evitarlo. No es fácil, porque no es fácil aspirar a la belleza excepcional, pudiendo hacerlo por derecho propio, sin arrostrar las múltiples responsabilidades que supone conquistar la excelente hermosura.