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Diario de un jubilado en Nueva York (2): Seda afligida

El poeta, profesor y traductor toledano Hilario Barrero envía desde Nueva York, donde reside desde 1978, un nuevo texto

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Comienza uno a abrir con el alba los cajones de la memoria y navega en mares sombríos de recuerdos y fotografías dobladas cuando la primera luz del amanecer, fría y metálica, se clava, como una saeta mística, en la vitrina del pasado. En ella se mezclan historias de viajes y de amores, de regalos de amigos en la sombra y de recordatorios de noches de espera.

De pronto, como si comenzara a llover, la luz enseña cómo la vida, los años y el olvido van dejando que la edad de la plata florezca como una piel sucia sobre marcos barrocos que encarcelan imágenes descoloridas, cómo coloca peso en cajitas, con iniciales entrelazadas, cerradas para siempre, cómo frena el movimiento en cucharillas que nunca supieron del gusto amargo del café, cómo emborrona los ojos del caballo de un Santiago matamoros, bebe agua agria de una taza sin plato comprada en un mercadillo en Londres y cómo moja su pico de pájaro del alba en una estatuilla decapitada de un guerrero desnudo.

Mientras la sombra, a cámara lenta, graba las primeros temblores de la mañana, uno piensa que pronto este museo de fechas y de olvidos, de despedidas y de omisiones, de pequeñas guerras y victorias serán seda afligida, venda para el olvido, objetos a la venta en una tienda oscura que escriban otra historia que acaba de comenzar. Pronto este arsenal de cicatrices, la piel ennegrecida, será fundido cuando tú no puedas cuidar de su esplendor.

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