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Diario de un jubilado en Nueva York (1): Volver a explicar el subjuntivo

El poeta, profesor y traductor toledano Hilario Barrero envía desde Nueva York, donde reside desde 1978, un nuevo texto

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Esta mañana, a las nueve y media, llaman a la puerta. La abro y entra un exestudiante. Cuando lo veo pienso que viene a por una carta de recomendación, que es a lo que, generalmente, vienen los antiguos alumnos. Me equivoco. Quiere darme las gracias por mi ayuda a que siguiera estudiando. «Ahora (me dice, ensenándome la identificación que lleva colgada al pecho), soy un adjunto y enseño a las siete de la mañana una clase de español 101». A las siete de la mañana, pienso, pero, de pronto, recuerdo cuando yo empezaba y me daban clase a las ocho de la noche y llegaba a casa a las once para tener que levantarme a las seis para volver a dar una clase a las ocho.

Está feliz y sigue preparándose para terminar un doctorado.

Se va y pienso que estoy equivocado, que enseñar es un lujo, que no puedo cansarme, que tengo que seguir. Cierro la puerta y me quedo mirando el río, que ya es otro, como lo soy yo, y vuelven a llamar a la puerta. La abro y entra una vieja profesora que fue decana, que estudió en Yale e hizo la tesis doctoral sobre Pío Baroja. Me dice que la acaban de llamar, que Antonio Cao, mi querido amigo Antonio, especialista en el teatro del Siglo de Oro, cubano, español, culto, exquisito, amante de la ópera y mal profesor, se está muriendo y quiere que le vayamos a despedir. Mi compañera le llama, pone conferencia abierta y le oímos hablar con trabajo; se equivoca en darnos la dirección del hospital donde está y vuelvo a mi habitación pensando que sí, que tengo razón, que es tiempo de jubilarse, de estar más cerca de la persona a la que amas.

Vas a la primera clase como si te hubieras caído por un precipicio, rotos el corazón y la cabeza, y tienes que volver a explicar el subjuntivo. «¡Ojalá esta sea la última vez que lo enseñe!», escribo en la pizarra negra totalmente de luto. Y pienso en Antonio y en el nuevo profesor. En Antonio porque alguien va a borrar para siempre la historia de su vida que fue escribiendo en una pizarra noche y día, y en el joven profesor que tiene que levantarse a las cinco de la madrugada para empezar a las siete a emborronar pizarras oscuras que borrará cuando se vaya. Le queda todavía mucho tiempo para que se le deshagan tizas entre sus manos.

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