China sobrevive bajo la amenaza del coronavirus

Los repartidores de comida dejan los encargos en los portales y las tiendas toman la temperatura para evitar los contagios

Última hora del coronavirus de China

A pesar de la epidemia de neumonía, un paciente de un hospital echa una siesta al sol en plena calle, por supuesto con máscara Fotos: Pablo M. Díez
Pablo M. Díez

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Lo primero que hace cada mañana es echar mano del móvil para consultar las noticias. Aunque no se cree los datos del Gobierno , son los únicos que hay y marcan una tendencia: cuántos mueren frente a los que se curan y cuántos casos nuevos se confirman entre los sospechosos. Reales o no, hasta que las cifras no dejen de subir no habrá un punto de inflexión en la epidemia de neumonía desatada por un nuevo coronavirus que azota a China y aterroriza al mundo.

Hasta entonces, Wang Jihong no podrá volver a respirar tranquila. O, al menos, como lo hacía antes del 23 de enero, el día en que la normalidad saltó por los aires. Aquel jueves, tras salir por la tarde de su oficina en Shanghái, iba a volar a Pekín para pasar las vacaciones del Año Nuevo Lunar en casa con su familia. Como regalos, había comprado un robot y un traje de Spiderman para sus sobrinos y perfumes, cremas y suplementos vitamínicos para su madre, su hermano y su cuñada. Pero la cuarentena en Wuhan y luego en toda la provincia de Hubei, origen del brote, destrozó sus planes y los de un país que, desde entonces, vive sumido en la angustia permanente. Otra vez como durante el SARS hace 17 años.

Con 450 millones de personas moviéndose de un lado para otro y un misterioso virus mortal flotando en el ambiente, lo mejor era olvidarse de viajar, aprovisionarse de comida y atrincherarse en casa. Para no arriesgarse, ni siquiera le abría la puerta a los repartidores de comida a domicilio, que dejaban en el portal los pedidos que hacía por internet. A toda velocidad con sus motos, son de los pocos que circulan por las desiertas calles de Shanghái , una megalópolis de 25 millones de habitantes que se ha quedado casi vacía por miedo al coronavirus. Pero ya no pueden subir hasta los pisos para reducir las posibilidades de contagio y deben dejar los pedidos en las garitas de seguridad que vigilan la entrada a los edificios en China. «Además, ya escasean las verduras y alimentos frescos por los bloqueos de las carreteras para contener la epidemia y tengo que salir en busca de alguna tienda abierta», explica esta mujer de 40 años tras una máscara y embutida en un abrigo polar con capucha para protegerse del virus. Bien provistos de momento, algunos comercios y supermercados están tomando ya la temperatura a sus clientes, que forman largas colas con el fin de abastecerse para varios días.

Con 25 millones de habitantes, el metro de Shanghái va estos días casi vacío por el miedo al coronavirus Fotos: Pablo M. Díez

A la espera de que la epidemia se controle, las empresas y centros educativos han prolongado las vacaciones hasta el día 10 , pero todo el mundo da por hecho que se alargarán más. Matando el tiempo como pueden, las familias permanecen en casa, intentando no cruzarse con los vecinos en el ascensor cuando salen a tirar la basura. En medio de esta psicosis, los estornudos que resuenan al otro lado de las paredes hacen temblar los pisos más que un terremoto. Quizás por esta paranoia, y también por el silencio en las calles, en los oídos se clavan como cuchillos las toses y escupitajos de los pocos viandantes enmascarados que se atreven a salir. Antes los ahogaban las frecuentes sirenas de las ambulancias, pero alguien debe de haber dado orden de que las apaguen para no asustar aún más al personal. Aunque ya no se oye su ulular, siguen pasando con los enfermeros en su interior protegidos con fantasmagóricos trajes blancos.

En los supermercados ya escasean las verduras y alimentos frescos por las restricciones al transporte para contener la epidemia P. M. Díez

Metro vacío

Camino de los hospitales, donde se atienden los más de 160 casos confirmados en Shanghái, las ambulancias dejan atrás autobuses sin apenas pasajeros. En el metro, también vacío, son surrealistas los vídeos de la propaganda comunista mostrando cohetes espaciales, trenes de alta velocidad, soldados, trabajadores y campesinos sonriendo felices y enarbolando la bandera nacional. «Tranquilo, estamos en la ciudad más segura de China y el Gobierno nos sacará de esta», llama a la calma el señor Zhou pese a que ha tenido que cerrar sus doce tiendas de joyería. Paseando por la Concesión Francesa, el precioso barrio histórico de villas coloniales, algunas terrazas están llenas de extranjeros que, sin máscaras, desafían al coronavirus con una cerveza al sol.

Más vacías están las calles de Xintiandi, un coqueto barrio con restaurantes y tiendas de lujo, y las galerías comerciales de la calle Nanjing, la más transitada de Shanghái. Muy cerca de allí, unos pocos turistas se hacen fotos en el Bund, el majestuoso malecón fluvial de majestuosos edificios coloniales con vistas a los espectaculares rascacielos de Pudong. Al final, el futuro era esto: hacer turismo con una máscara en medio de una epidemia.

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