El caso Lambert toca nuestro corazón

Aquí no se trataba de debatir si su vida merecía o no la pena de ser vivida porque toda vida debe ser protegida

Vicent Lambert junto a su madre en una foto de archivo ABC

Federico de Montalvo Jääskeläinen (*)

Los conflictos ético-legales que se plantean en torno a la toma de decisiones en el final de la vida son siempre, recurriendo al concepto acuñado por el jurista Ronald Dworkin, «hard cases» , casos difíciles en traducción patria. Y lo son, porque lograr soluciones intermedias es imposible. Se trata de casos dilemáticos en las que no cabe decidir más que a favor de vivir o de morir, y ambas acciones vienen necesariamente determinadas por un concreto contexto. Además, la dificultad se acrecienta porque los debates que se suscitan en la opinión pública adolecen, en muchas ocasiones, de una falta de rigurosidad, empleándose, de manera deliberaba algunos términos poco apropiados, y ello con más ideología que ciencia. Sin embargo, pese a tratarse de decisiones dilemáticas, la casuística es mucho más compleja por su riqueza de matices. Si la decisión se plantea como un cara o cruz, el caso concreto suele ser muy poliédrico.

El caso Lambert ha sido uno de estos casos. Aquí no se trataba de debatir si la vida de Lambert merecía o no la pena de ser vivida, según los cánones que pueda establecer una mayoría de la sociedad, porque toda vida debe ser protegida. Lo que se discutía era cuál hubiera sido la voluntad de Lambert sobre su vida en dichas condiciones, lo que solo puede construirse a partir de un documento de voluntades anticipadas o de las declaraciones de las personas más próximas al paciente y que hayan podido, en sus momentos de capacidad, compartir con él sus deseos o anhelos sobre su proyecto final. Y ahí, precisamente, se encontraba la dificultad al tratar de construir el denominado juicio de sustitución y alcanzar a entender, no lo que a la sociedad o la mayoría le gustara que hiciera Lambert, sino lo que a Lambert le hubiera gustado decidir. Es fácil afirmar que lo que ha movido tanto a los padres y a alguno de los hermanos, como a su cónyuge y a la mayoría de sus otros hermanos, era lo mejor para su hijo, hermano o esposo. El problema radicaba en que la cosmovisión de todos ellos no era compartida , solo lo era el vínculo afectivo con Lambert.

En definitiva, el caso Lambert es un ejemplo paradigmático de lo difícil que es la toma de decisiones en dichos contextos y la adopción de decisiones satisfactorias para todos. Pese a ello, debe servirnos, al menos, en memoria del fallecido, para tratar de deliberar sin acritud ni extremismos ni reproches sobre temas tan complejos. Como señalara el Tribunal Supremo de Estados Unidos en 1943, en plena polarización global, la libertad para discrepar no está limitada a cosas que no importan mucho. Ello sería una pura sombra de libertad. La prueba de su sustancia está en el derecho a discrepar en cosas que tocan el corazón del orden existente y el caso Lambert ha tocado dicho orden.

(*) Federico de Montalvo Jääskeläinen es profesor en la Universidad Comillas-ESADE y presidente del Comité de Bioética de España

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