Crítica de «Onward»: Elogio y refutación de la libertad creativa

En «Onward» destacan algunas persecuciones llenas de ritmo, el amor fraternal y la idea misma de recuperar la magia, enterrada por el exceso de tecnología

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Federico Marín Bellón

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La imaginación de la que hacen gala la inmensa mayoría de películas de Pixar sigue siendo aliciente suficiente para pagar el precio de la entrada. Por algún motivo, otros estudios son incapaces de replicar la libertad con la que vuela la mente de los guionistas que escriben para actores «inhumanos», pese a que la tecnología ha roto casi cualquier barrera para los pellejudos. En «Onward» (título horrible para mantenerlo en inglés) la historia es tan compleja que es casi imposible resumirla en tres líneas. Eso es bueno y malo.

Fiel a su costumbre, la filial de Disney deja huérfanos a sus dos protagonistas (el director y coguionista también lo es, por lo que esta vez hay coartada). Los muchachos, dos elfos, logran revivir por unas horas la mitad inferior de su padre. Insatisfechos con el discutible logro, emprenden la búsqueda frenética de una piedra mágica que les permita completar el maltratado tren inferior del hombre, que los acompaña a todas partes como puede. La idea es compleja, sí, y rebuscada, pero no parece tan redonda como los hallazgos que pusieron en marcha «Del revés» y «Monstruos, S.A.» , por poner dos títulos casi al azar.

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En «Onward» destacan algunas persecuciones llenas de ritmo, el amor fraternal y la idea misma de recuperar la magia, enterrada por el exceso de tecnología. Es un buen punto de partida, contenido en el mensaje pero desbocado en el desarrollo de la historia, que vuela en un contexto donde todo es posible. El defecto de un universo tan idílico es que hasta cualquier acrobacia pasa inadvertida. En la ficción está bien ponerse límites, aunque sea para romperlos. La libertad tan absoluta de la que hace gala el guion de C.S. Anderson y Dan Scanlon resulta un placer, pero también puede volverse tan rutinaria como moverse a mil kilómetros por hora cuando vuelas en avión. Es posible que Pixar nos haya malcriado y que sea el espectador quien ha perdido la capacidad de sorpresa.

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