LA RAYUELA

¿Vivan las caenas!

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No encuentro ni en la letra ni en el espíritu de la Constitución de 1812 o de los doceañistas que la redactaron, argumentos o razones que justifiquen la apelación a dicho texto que los populares han hecho en su llamamiento a una consulta popular contra el funcionamiento constitucional y regular de las instituciones y partidos que están gestionando el nuevo Estatuto catalán. Más bien encuentro serias coincidencias con el legado fernandino que desde el absolutismo populista derrocó la Constitución liberal con la ayuda de gentes como el cura Merino y que abrió las puertas a Los cien mil hijos de San Luis al grito de ¿vivan las caenas!

Probablemente no hubiera escrito estas palabras si la ocurrencia de los populares no hubiera tomado como referencia el espíritu de la Pepa y a la ciudad de Cádiz para comenzar su campaña. Porque, como es obvio, no se trata para nada de la defensa de la Constitución, cuyas instituciones y principios se socavan menoscabando al Parlamento que encarna la soberanía y voluntad popular. Iniciativas como ésta están previstas para grupos de ciudadanos que no encuentran amparo a sus aspiraciones en los partidos de la cámara, que no es el caso. Además, cualquier manual de Sociología enseña que una pregunta que se formula a la opinión pública debe ser neutra, porque si es engañosa, o dirige la respuesta o no cabe decir que no, no trata de conocer la opinión pública, sino de manipularla. Sobre todo si se apela a las vísceras y no a la razón.

Parece no importar que se alienten las tensiones territoriales que, como un fantasma o pesadilla, han hipotecado históricamente la maduración política y social de aquella España que se soñó constitucional. Me pregunto si sería posible pedir un poco más de generosidad o de cordura para evitar distorsionar la lucha política hasta el enfrentamiento cainita que Francisco de Goya reflejó de forma tan estremecedora y que parece consustancial con nuestra historia y temperamento.

La historia del constitucionalismo español es un piélago de golpes de Estado propiciados por una derecha incapaz de aceptar la alternancia en el poder, que desde la Constitución del 78 ha estado tensando la cuerda de la convivencia hasta la amenaza de ruptura. Así lo hizo contra Alfonso Suárez propiciando el intento de golpe del 81, o contra Felipe González al precio de desmontar también la legítima defensa del Estado frente al terrorismo etarra. Y lo está haciendo ahora, eludiendo al Parlamento como sede natural y ordinaria de la política o amparando a algunos militares que vuelven a amenazar con el ruido de los sables. ¿No le da vértigo coincidir tantas veces con las posiciones más arcaicas o radicales (con Tejero, por ejemplo)? Consensuar en sede parlamentaria la necesaria reforma del Estado de las Autonomías evitaría excesos nacionalistas y centraría su discurso. Sería una forma de empezar a recuperar la confianza perdida en los partidos, a los que dos de cada tres españoles (63%), conceden poca o ninguna credibilidad.

Si la Constitución de Cádiz sirve para un roto y un descosío, acabará no sirviendo y significando nada para nadie y el objetivo que esta ciudad y otras hermanas en la Bahía, se ha fijado como recurso para mejorar su futuro, será un fracaso, porque nadie en la calle acertará a saber qué tipo de valores se celebran en su nombre y recuerdo.