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Fungairiño, bandera del PP

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La Audiencia Nacional ha servido a varios jueces y fiscales de excelente escaparate en el que exhibir su exhuberancia profesional. En una instancia judicial de cierta excepción, pues trata asuntos de tanta complejidad jurídica como el terrorismo o los delitos de cuello blanco, que vienen a ser los financieros, se han dado a conocer jueces tan afamados como Garzón y fiscales tan peculiares como los llamados «indomables» en su momento, entre los que Fungairiño y Gordillo alcanzaron gran notoriedad.

Eduardo Fungairiño, nombrado por el primer Gobierno del PP fiscal jefe de la Audiencia Nacional sin haber recibido ningún voto favorable de su gremio, fue cesado anteayer bajo el eufemismo de dimisión voluntaria, pero el fiscal general del Estado, Conde-Pumpido, se ha encargado de decir que se trata de un relevo por razones estrictamente profesionales o, dicho de manera más elocuente, de una destitución.

Como Fungairiño había adquirido una imagen de látigo contra el terrorismo, imagen perfectamente justificada, interpretaban ayer algunos dirigentes del PP su relevó en clave terrorista, como si el Gobierno del PSOE quisiera desprenderse de alguien que podría entorpecer su estrategia de supuesta benignidad hacia ETA. El popular Acebes se atrevió a acuñar ayer la frase de que «no merece nuestro Estado de Derecho entregar la cabeza de un servidor del Estado de la libertad en bandeja de plata a Zapatero para sus maniobras».

Rizando el rizo de la interpretación malévola, podría llegarse a sugerir que Rodríguez Zapatero, ahora, va a entregar a ETA la cabeza de Fungairiño en desagravio por la implacable persecución judicial a la que el fiscal jefe destituido sometió en ocasiones a la banda.

En la Audiencia Nacional no han sido infrecuentes las actitudes en cierto modo altaneras de algunos jueces y fiscales, y no tanto en el ejercicio profesional como en declaraciones externas, como ante la comisión parlamentaria del 11-M, cuando afirmó que desconocía datos importantes y publicados de ese sumario porque sólo veía, por higiene mental, documentales de la BBC. El fiscal general del Estado decía ayer que la paciencia tiene un límite y que el límite de la suya lo habría sobrepasado Fungairiño al no haber cumplido en varias ocasiones el principio de unidad de actuación del sistema fiscal. En la fiscalía de la Audiencia Nacional se habría producido una larga serie de disfunciones, dada la falta de sintonía entre el fiscal general y el fiscal jefe, muy celoso éste al parecer de su autonomía en una organización regida por el principio de dependencia jerárquica.

Arremetía ayer el PP desde varias torretas contra el Gobierno por el relevo de Fungairiño, y el socialista Rubalcaba atribuyó esos ataques al falso concepto popular de la independencia de la Fiscalía General del Estado, ya que durante las dos legislaturas anteriores el fiscal general habría actuado como servidor del Gobierno. Y el actual ministro de Justicia pedía que no se hagan interpretaciones torcidas de algo que no tiene un significado más allá del relevo en sí. Pero la confrontación política se extiende a toda la superficie de la actualidad, sin dejar espacios de tregua, lo que unido al morbo político que a veces han originado procedimientos de la Audiencia Nacional permite sospechar que el PP va a ondear la cabeza de Fungairiño en sus arremetidos contra el Gobierno mientras no se agote el asunto de la destitución.