Autoridad

Un profesor no puede ni llamarle la atención a un alumno, porque el alumno, si quiere, lo empapela

La relación profesores alumnos ha cambiado con los años Ana Pérez Herrera
Antonio García Barbeito

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Antes que nada, dejemos claras las parcelas. Cuando digo autoridad no digo manta de bofetadas porque sí del agente uniformado, que casos ha habido, porque les quiso parecer o porque no les gustaba la pinta, en los que a cualquier ciudadano lo trincaban, lo ponían de cara a la pared, le abrían las piernas y las «preguntas» las hacían las manos grandes del agente o la porra. Deslindemos. Cuando digo autoridad no digo maestro o profesor que, por capricho o maldad mamada, la emprendía a tortas o a palmetazos con cualquier alumno. Ni al agente se le podía toser ni se le podía decir ni pío al docente. No hablo de esto. Hablo de la autoridad en su sentido etimológico, que me he ido a buscarlo y la autoridad es «una cualidad creadora del ser, así como de progreso.» La palabra autoridad tiene muchos hermanos: aumentar, auxiliar, conformar, ampliar, completar, apoyar, consolidar, enriquecer… Anular la autoridad es anular también todo esto.

La llegada de la democracia abrió puertas muy necesarias, sí, pero muchos aprovecharon aquella política de apertura de puertas para abrir las que les venían en gana, y así empezó el compadreo con agentes de la autoridad y con maestros y profesores, y había padres encantados con que sus hijos tutearan a los profesores, y había paisanos que empezaron a tutear a guardias civiles y policías, como si comieran todos los días del mismo plato: «Estamos en democracia, hay libertad, podemos hacer lo que queramos…» Ahí estuvo el error, en pasar de ciudadano que tenía que cumplir las disciplinas sociales lógicas, a creernos que agentes y docentes tenían que estar a nuestras órdenes. Y que las leyes lo consintieran. Aquello que con tanto tino llamaron confundir la libertad con el libertinaje. La autoridad está en manos de cualquiera, menos de quien tendría que estar. Llegan unos inmigrantes a una valla y, sabedores de esa falta de autoridad, se lían a darles leña a los agentes del orden, que incluso les echaron cal viva. Si hubiese sido al contrario, arderían los uniformes, estaríamos despotricando de policías y guardias civiles. Un maestro o profesor no puede ni llamarle la atención a un alumno, porque el alumno, si quiere, se la forma, lo empapela y le busca un disgusto, si es que no le busca la cara al maestro y se la parte a tortas. El mundo al revés, sí, pero así es. La autoridad, mal entendida, claro, está en manos del delincuente, del violento, del que no acepta disciplina ni autoridad de nadie. Y así está España, viña sin vallado, rebaño sin pastor, barbecho sin labranza. ¿«Cualidad creadora del ser» es la autoridad? ¡Pues vaya cómo la hemos estropeado!

antoniogbarbeito@gmail.com

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