Yolanda Vallejo - Hoja roja

Los visitantes

Lo malo de vivir en una ciudad con historia, con mucha historia, es que nos acostumbramos a mirar al pasado

Yolanda Vallejo
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Lo bueno de vivir en una ciudad con historia, con mucha historia, es que siempre hay algo que conmemorar, ya sea un bi o un tricentenario de lo que sea, un traslado de cualquier cosa, un cierre o una inauguración de algo, usted me entiende perfectamente. Solo hay que echar un vistazo al almanaque y ea! a programar un más de lo mismo, cambiando la fecha y la circunstancia, según nos interese. Conferencias, más conferencias, una exposición –que no debe faltar nunca aunque no haya nada que exponer-, congresos, rutas a ninguna parte, un hito –estatua, mamotreto, busto o placa- hermanamientos, alguna publicación subvencionada, un curso de verano, una salida extraordinaria de procesiones, y un concierto. Todo el programa, por supuesto, presentado varias veces, a ser posible en varios sitios, aunque puede hacerse en el mismo, sin mucho problema, y con fotos que pongan de manifiesto las buenas entendederas entre todas las administraciones y asociaciones ciudadanas.

Por supuesto, no se debe olvidar la contraprogramación programada, y es de obligado cumplimiento, hacer coincidir -dentro de lo razonable- varios actos similares, en la misma fecha, y en lugares no muy distantes de la ciudad, para justificar así la escasez de público asistente, llegado el caso. No me lo estoy inventando, se lo aseguro; tire usted mismo de hemeroteca y podrá comprobar cómo llevamos más de un cuarto de siglo reproduciendo el mismo programa, cambiándole solo el título.

Lo malo de vivir en una ciudad con historia, con mucha historia, es que nos acostumbramos a mirar al pasado, olvidamos el presente y terminamos viendo el futuro como si estuviésemos poseídos por el conde Godofredo de Miramonte y su escudero Delcojón el Bribón, visitantes de la noche de los tiempos, perdidos en pleno siglo XX. Es decir, estamos tan volcados en nuestro pasado, que al final, caemos en la tentación de analizar el futuro con las mismas claves que nuestros antepasados. «Siempre se hizo así» parece ser el título preliminar de la ley que impera en esta ciudad, y con esta excusa, andamos atrapados en nuestro propio pasado. Y así nos va. Dignos herederos de una ciudad que, al parecer, fue el asombro de Damasco, hemos aceptado que, como dijo Manrique, «cualquier tiempo pasado fue mejor».

Por eso, vendemos la ciudad como la vendemos en Fitur, esa Feria Internacional a la que Cádiz siempre va con «el pelotazo» del Carnaval como única herramienta para construir futuro. Dijo nuestro alcalde -que esta vez no cantó, ohhh- que la capital gaditana es un buen destino para aquellos «que están diseñando el viaje de sus vidas», aunque no especificó –y tal vez debería haberlo hecho- si el viaje es en el tiempo o no. Me explico. Vender la celebración de los cuarenta años de recuperación de la libertad en la celebración delCarnaval tras la dictadura, no me parece suficiente atractivo como para centrar toda la intervención del alcalde. Pero, en fin. Ya le dije al principio lo de la querencia por las conmemoraciones. Querencia que sí aprovechó la Diputación Provincial para presentar -otra vez- el programa de los actos del Tricentenario del traslado de la Casa de la Contratación. Verá. Lo de la huella física y social que dejó la Casa de la Contratación en una ciudad, que según la presidenta de la Diputación «mira al mar desde hace tres mil años», no termino de entenderlo. Ni la huella física, ni la huella social, ni mucho menos lo de mirando al mar; aunque, evidentemente, cualquiera se atreve a decir esto en estos momentos gozosos en los que todos andan felicitándose por el papelón que han hecho en la feria.

La única ficha que nos queda por apostar en la ruleta de nuestra fortuna es la del turismo. Un turismo, que no solo venga buscando sol y playa, en eso estamos de acuerdo. Pero tampoco un turismo que solo venga buscando historia, entre otras cosas, porque tenemos un parque de museos con un discurso lo suficientemente antiguo y con unos horarios lo suficientemente imposibles como para que el turista salga corriendo. Si a eso le unimos que la oferta hotelera es la que hay, -porque a la otra no paramos de ponerle trabas- pues resulta que hay algo que estamos haciendo muy, pero que muy mal, y algo que hacemos siempre muy bien, mirarnos el ombligo.

Lo último en ombliguismo gaditano ha sido el debate ciudadano en torno al presunto –en estas cosas la presunción es un grado- hotel sobre el vestíbulo de la estación de trenes. A mí, siempre me ha llamado la atención que, teniendo el frente de mar deshabitado que tenemos, nos empeñemos en construir hoteles en sitios como la estación de trenes o el estadio de fútbol. Será que soy muy rara, pero cuando voy a una ciudad nunca me da por alojarme ni en un estadio ni en una estación. Pero bueno, seguro que no tengo ni idea de planes urbanísticos ni de gestión hotelera. El caso es que el encuentro entre «destacados gaditanos» que celebró la asociación de vecinos Cádiz Centro solo sirvió para reafirmar la idea de que no son necesarios más mamarrachos arquitectónicos en la ciudad. Hasta ahí, perfecto. Pero se dejaron en el tintero que sí son necesarias actuaciones que se encaminen a modernizar la idea de ciudad que queremos.

Yo no quiero vivir en el pasado, entre cuatro murallas que se caen a pedazos. Ni quiero más conferencias, ni más rutas del ayer, ni más placas. Quiero una ciudad moderna, que cuando llegue el futuro, le pueda hablar en su mismo lenguaje. Yo quiero ser contemporánea de mi tiempo y no Jean Reno en Los visitantes, pero me da que va a ser complicado.

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