OPINIÓN

La Resistencia

«Los egipicios las llamaban «casas de la vida»; Borges las comparó con el Paraíso y Pérez-Reverte decía que eran compañía, refugio y proyecto de vida»

Las bibliotecas, la más democrática de las instituciones. LA VOZ

Los egipcios, a los que es muy fácil atribuirles las cosas que no sabemos a quién atribuir, las llamaban «casas de la vida» , tal vez para diferenciarlas de los archivos que eran los encargados de custodiar todo el papeleo en papiro –las cosas chungas, que habría dicho aquella concejala– generado por la administración, que ya por entonces era faraónica. Borges, que a pesar de su ceguera siempre fue un visionario, las comparó con el paraíso y Arturo Pérez-Reverte decía que eran compañía, refugio y proyecto de vida.

Sin embargo, las miramos siempre con recelo. No tienen la majestuosidad de los museos , ni la espectacularidad de los teatros, ni siquiera la liturgia de la pantalla grande en la oscura sala de un cine. A estos, a los cines, teatros y museos los llamamos cultura; a las bibliotecas, simplemente, las miramos de reojo, o en el mejor de los casos, las miramos por encima del hombro, con paternalismo, como diciendo «son cosas para niños».

Por eso, me gusta recordar, llegando estas fechas, que hay un día señalado en el almanaque para celebrar que existen nuestras bibliotecas , que existen los bibliotecarios y que, como Doris Lessing dijo, son «la más democrática de las instituciones» porque están abiertas para todas las personas sin distinción , prestando sus servicios sobre la base de la igualdad de acceso, independientemente de la edad, raza, religión, nacionalidad, idioma o condición social. Un auténtico servicio público, si llegáramos a entender, y a aplicar, este concepto alguna vez. Un servicio de las administraciones que, en silencio –como obliga nuestra nobleza- ha sabido adaptarse como ningún otro a los tiempos y espera, ahora, el reconocimiento y el apoyo político que merece. Y es que, como decía Alberto Manguel, «El amor por las bibliotecas, como la mayoría de amores, se debe aprender».

En eso estamos los bibliotecarios y las bibliotecarias. En desterrar para siempre esa imagen casposa de la biblioteca oscura y en silencio , del olor a rancio y de la soltera amargada de gafas y moño –o el anciano encorvadamente impertinente–, siempre enfadada, siempre con el dedo en los labios, y en recuperar para la ciudadanía los espacios conquistados por la lectura, por el conocimiento, por la transmisión de saberes, por el debate y por el intercambio de ideas. Los políticos y la política nos dejan siempre al final de la cola cuando hay que repartir recursos, cuando hay que dotar de presupuestos y cuando hay que hacer inversiones; total, piensan que las bibliotecas no son más que salas de estudio, y los bibliotecarios no tienen otra cosa mejor que hacer que leer libros y mandar a callar.

Pero mientras tanto, desde las bibliotecas, la resistencia se ha ido haciendo fuerte y cargándose de razones. Y los bibliotecarios y las bibliotecarias han entendido, antes que nadie en la sociedad, que la única manera de curar la ignorancia es leyendo, y la única manera de entender este mundo, cada vez más dividido, es abriendo los ojos y las manos a la realidad que tenemos. Bibliotecas sanadoras para personas que sufren de soledad, de abandono ; bibliotecas acogedoras para aquellos a los que la noche siempre les acuna bajo las estrellas; bibliotecas formadoras, bibliotecas divertidas, bibliotecas transversales, bibliotecas integradoras, bibliotecas sostenibles, bibliotecas igualitarias, bibliotecas libres de parcialidades y comprometidas con la ciudadanía. Bibliotecas que garantizan el acceso a la información, sin manipulación, sin prejuicios. Casas de la vida.

Por eso, cada 24 de octubre, me gusta recordar a quienes pusieron en riesgo su vida para salvar la vida de los libros en la incendiada biblioteca de Sarajevo . No hay barbarie mayor que la de destruir la memoria de un pueblo, como en aquella novela de Ray Bradbury –no tan distópica, por cierto– en la que todo el conocimiento ardía a 451 grados Fahrenheit, entre consignas que cada vez suenan menos antiguas, «¿para qué aprender algo, excepto apretar botones, enchufar conmutadores, encajar tornillos y tuercas?».

Mientras Cataluña arde, mientras terminamos de mudarnos a Babel, mientras sacamos lo peor de cada uno de nosotros, mientras esperamos la gloriosa venida de cualquier salvador, mientras metemos el dedo hasta el fondo en cualquier llaga, mientras dimiten concejales y se esfuman las promesas de políticos de medio pelo, olvidamos quienes somos, quienes fuimos y lo que es peor, quienes llegaremos a ser. «Sin bibliotecas” –decía Bradbury- ¿qué nos quedaría? No tendríamos pasado ni futuro».

Así que hágame caso y únase a la resistencia. Podrán quitarnos la risa, el salario y el pan, pero no podrán quitarnos el conocimiento, ni el derecho a la información . Los ciudadanos sin miedo a saber, los únicos que pueden frenar la maquinaria desbocada del odio, el racismo, la xenofobia, el resentimiento, la envidia, la inoperancia, la intolerancia, el machismo y la ignorancia, ya están en la biblioteca.

Y desde aquí, seguiremos celebrando, cada 24 de octubre , que «las bibliotecas son medicina para el alma», como decía la inscripción que presidía la de Tebas.

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