Yolanda Vallejo - HOJA ROJA

#Quécosas

Nos pasa siempre lo mismo. No he terminado de recoger el espumillón y de guardar las luces –las de mi casa, claro– y ya tengo el pensamiento puesto en sacar las entradas para el día cinco

Yolanda Vallejo
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Nos pasa siempre lo mismo. No he terminado de recoger el espumillón y de guardar las luces –las de mi casa, claro– y ya tengo el pensamiento puesto en sacar las entradas para el día cinco. Es lo que tiene ‘La Eternidad’, que ni tiempo he tenido de inaugurar oficialmente los juegos del hambre con esa dieta hipocalórica y milagrosa que guardo por algún cajón, junto con el resto de propósitos para este año que, de tan nuevo, me da pena usarlo. Nos pasa siempre lo mismo. Como versos encabalgados –observe cómo hago méritos poéticos ante nuestro alcalde– se nos van acumulando las tareas, y es complicado ir a ver la cabalgata de Reyes, sin pensar en la que está a la vuelta de la esquina.

Y eso que la cabalgata de Reyes no estuvo mal; un poco pueblerina, eso sí, pero en la línea de lo esperable; decente, que habría dicho mi madre. Aunque ese es otro tema –el de la cabalgata, no el de la decencia– y no quiero desviarme mucho.

Porque mientras a mi alrededor la gente descambia regalos –esta práctica que debería estar prohibida y penada por ley, y así todos nos pensaríamos mucho lo de comprar para devolver– y retorna perezosamente a la rutina, como si alguna vez hubiese salido de ella, en el mundo pasan cosas. Aunque, si le soy sincera, pasan tan rápidas que apenas nos da tiempo de fijarnos en ellas. Usted lo sabe tan bien como yo. Lo que ayer fue noticia, hoy ni siquiera es papel mojado, y mañana habrá desaparecido de nuestra memoria y nos habrá vuelto a dejar a la intemperie, en un medio cada vez más hostil. Carne de estadística, o con suerte, de estudio financiado por alguna universidad perdida de Oklahoma, que más da. Nunca fuimos tan vulnerables como ahora.

Por eso he decidido comenzar el año leyendo ‘La resistencia íntima’, el ensayo de Josep Maria Esquirol sobre la filosofía de la proximidad que le valió el premio Nacional de Ensayo el pasado año. Un rollo, podrá pensar usted; un alarde cultureta, un libro de autoayuda sofisticado, pensarán otros. Un manual de vida para los tiempos que corren, lleno de dudas sobre las cosas que nos rodean y nos afectan, le diré yo. Esquirol plantea la necesidad de cultivar la resistencia ante un sistema que de tan homogéneo, se ha vuelto perversamente injusto y aburrido. Resistir como el Dúo Dinámico, «soy como el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie»; resistir no en lo extraordinario, sino en las pequeñas cosas; no combatiendo sino volviendo a casa, y no solo por Navidad. «A casa se vuelve porque se sale», dice Esquirol, y como niños pequeños que antes de ser pillados gritan «casa» en una especie de conjuro de salvación, merece la pena volver, merece la pena buscar lo sorprendente dentro de lo cotidiano.

Verá. Uno de los peores daños que la sociedad de la información y el abuso de las redes sociales han causado en nuestra civilización es el de la sobreexposición. En el tablero de las amistades virtuales todos jugamos con los dados marcados. Somos los más guapos, los más afortunados, los más aventureros, pero no nos damos cuenta de que vamos dejando como Pulgarcito y sus hermanos, pistas suficientes como para que los demás vean nuestras miserias a través de nuestros muros transparentes. Hay una gran diferencia, dice Esquirol, entre tener una ventana al exterior, y construir nuestra casa con paredes de vidrio. La pérdida de intimidad que ocasiona la continua exposición nos hace tremendamente frágiles.

Un informe de la Universidad de Copenhague –Copenhague no me resulta muy grijandemor para estas cosas– advertía no hace mucho, de que utilizar Facebook, sobre todo en fechas como la Navidad, aumentaba el sentimiento de tristeza debido a la envidia que genera ver fotos de otros, aparentemente felices. El estudio era concluyente y coincidía con lo publicado en Cyberpsychology, Behavior and Social Networking –que debe ser como la revista Caballo y Sabueso de Notting Hill–, cuanto menos tiempo pasemos en las redes sociales, más felices seremos. Puede que sea verdad.

Resistir desde la intimidad. Reivindicar los gestos cotidianos, dar los buenos días, las gracias… buscar en la proximidad la respuesta al abismo que supone la inseguridad mundial, el miedo, la desesperación. Cultivar el silencio para recuperar la palabra. No menospreciar lo simple y procurar ser más de apreciar que de despreciar.

Todo esto forma parte de la resistencia íntima que propone Esquirol y que me acompaña mientras recojo las figuritas del belén y los restos de envoltorios de regalos que aún quedan por el salón. Intento seguirlo al pie de la letra, cerrar mi muro de Facebook y volverme naif; pero mientras, a mi alrededor, pasan cosas. El presidente del Gobierno intenta despachar el asunto de Trillo con un «ocurrió hace muchísimos años» como si lo del Yak-42 fuese una leyenda, los presupuestos municipales no cuajan, la población jubilada de Cádiz supera a la de los jóvenes, y el comercio gaditano le escribe una carta –¡una carta!,– al alcalde tirándole de las orejas.

¿Resistencia íntima? ¿Silencio? No sé. Agradezco a Esquirol sus consejos, pero visto lo visto, mejor me pongo en la cola, que cuando menos lo espere empieza el COAC y me coge sin entradas. #Quécosas.

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